Digamos soy «una afortunada».
Vivo en una calle ancha, sus aceras adornadas por un lado con hermosos árboles de hojas pequeñas y verdes, de donde cuelgan unas florecillas malvas y, entre medio múltiples bancos de madera. Durante la estación invernal, cuando los débiles rayos del sol se filtran por entre sus finas ramas, sirven para dar cobijo a personas mayores, que se sientan para distraer sus pensamientos, o descansar sus doloridos huesos, mientras algunos pequeños para usar estos bancos como toboganes para sus juegos infantiles. En primavera y principios de verano, sus copas ya repletas de hojas y flores sirven para dar cobijo a los «sin hogar».
Muy cercana a mi calle, tenemos una bella Parroquia. Es amplia y moderna, con dos torretas y una cruz en su cima que parecen deslizarse hasta el cielo. Sus escaleras aunque algo empinadas, son espaciosas y por ellas se accede al pórtico. Este pórtico, es el lugar escogido por un grupo de los «sin techo» como su hogar. Por las mañanas, después de haber pasado la noche negra y sombría, al abrigo de unos cartones y unas cuantas mantas a cuadros azules raídas, nos desentona contemplar junto a la belleza de la iglesia, tan siniestro panorama. Desconozco, porque no me he preocupado, la sensación en sus almas después de esas noches tan gélidas, mientras yo reposaba tranquilamente en mi hogar en mi cama, cubriendo mi cuerpo unas sábanas blancas que acariciaban mi piel con recuerdos de amor.
Sentaba mal a la gente del barrio contemplar este espectáculo mañanero, cuando se dirigían a visitar al Señor. Así que decidieron ponerse en contacto con el párroco para pedirle que hiciera abandonar a estas personas del lugar, donde pasaban recogidos las noches heladas del crudo invierno, sin amor, sin hogar, solamente acompañados por sus latas de cerveza y la contemplación de las estrellas.
El párroco, movido por el deseo de sus feligreses, obligó a estas personas a abandonar el pórtico.
Mi parroquia dispone de unas 40 habitaciones vacías en la tercera planta. También sus bajos están vacíos y solamente se ocupan para reunir a algunos jóvenes y ensayar los cantos litúrgicos.
Después de lo ocurrido, alguna vez me he preguntado; si nuestra parroquia es la casa del Señor, ¿no podían haber utilizado unas cuantas camas en estos sótanos para dar cobijo a estos «sin techo»?.
Debo reconocer que, por las mañanas y después de una noche bebiendo algunas botellas de más, la impresión que causaban no era muy agradable.
En cuanto llegaban los primeros feligreses, se levantaban vacilantes y comenzaban todavía algo ebrios a pedir su limosna.
A la vuelta justamente, hay un café, así que con los primeros euros que recogen se dirigen ahí para tomar un café calentito con su copita de ron, con el fin de calentar sus huesos gélidos después de estas noches bravas.
Como desconocía el lugar donde les habían enviado para pasar las noches, ayer precisamente hablé con María. María es una mujer perteneciente a este colectivo. Me dijo les habían mandado al albergue de Martínez Campos. -Figúrese me dijo.- Muy cerquita.- Además me dijo: -No volvería a ir por nada del mundo.- Es mucho peor que una cárcel.- Como son una especie de naves con camas seguidas, no tienes la mínima intimidad.- Le pregunté si era la falta de libertad lo que echaba de menos, pero me respondió que no era por eso, sino porque te robaban todo lo que llevases. – Debías colocar tus pertenencias debajo de la almohada, porque si no te desaparecían- No vuelvo más allí.- ¿Y ahora dónde pasas la noche le pregunté? -Me contestó en el entrante del supermercado de DIA.- No tengo ningún miedo de pasar allí sola la noche.- Dios está conmigo y me cuida.- Porque sabe Vd. yo soy muy creyente.- Coloco sobre el suelo los cartones y encima una manta y con la ayuda de estas cervezas que me tomo me duermo al instante. Las personas que me conocen del barrio pasan delante y me dejan unas monedas para que vaya sobreviviendo.
Le he preguntado -¿Porqué lleva esa vida?- Me contestó que por problemas familiares. Lleva fuera de su casa desde los 18 años. Ahora tiene 53 años, parece bastante más, pero sigue conservando unos hermosos ojos verdes rasgados. Me contó había tenido tres amores, los cuales le habían dado muy mala vida. El último Dionisio le mandaba trabajar y si no conseguía suficiente dinero la pegaba. Ya no quiero saber más de hombres.
A veces, pensamos que estas personas siempre están bebiendo, pero ¿nos hemos puesto a recapacitar los motivos o razones que les han llevado a ese estado?- Puede que la falta de amor, ternura y comprensión que todos los humanos necesitamos. Por eso, quizás, recurren a la bebida, con el fin de olvidar sus penalidades. También ellos han tenido y tienen sus sueños, recuerdos amorosos, en los que se refugian para olvidar la pobre realidad diaria y dura, injusta y cruel.
Pregunto a María ,por Marcel, el joven bien parecido que también se ponía en el pórtico a pedir, cuando lo conocí era un muchacho de mirada penetrante y buena figura, pero poco a poco fue desmejorándose. Unas veces lo veía con un moratón en el ojo, otras en la mejilla. Su mirada cada día era más triste, como queriéndose despedir de la vida. ¡Ah Marcel!, el pobre Marcel me dice María, se puso muy malito y tuvo que ser ingresado. Después de ser intervenido y pasar cierto tiempo en el hospital, salió con dos muletas. Siguió pidiendo en la puerta del OPENCOR, siempre iba bien aseado y con una buena ropa, seguro que una mano amiga le ayudaba, puede ser que algún miembro del EAPN. Cada vez tenía menos fuerzas para caminar, solamente podía extender la mano para recoger unas monedas para seguir comprando las latas de cerveza y la cajetilla de cigarrillos.
Pero hace ya como seis meses que ya no está con nosotros, se puso malito de verdad y el Señor se lo llevó allí arriba, donde lucen las estrellas, aquellas que tantas noches contempló, a través de los cartones y sus latas de cerveza. Nosotros sus compañeros lo recordamos como el chico guapo.
Vuelvo a mi hogar, pienso y sueño:
Sueño que llegará un día en que no habrá nadie pidiendo en el barrio
Sueño que solamente tocarán el acordeón los artistas en los escenarios
Sueño que todo el mundo tendrá lo suficiente para comer
Sueño que nadie estará falto de amor, ternura y comprensión
Sueño que para todos habrá un trabajo
Y todavía más sueño … que a nadie le faltará su hogar.
Entonces las aceras de mi calle se habrán llenado de felicidad.
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