Los padres había sido recibido a Timanco siete años atrás. Como «padre» debían alistarlo para el destino asignado por la Corporación en el momento mismo de su salida a la vida. En sus cerebros reposaban Gigabitios de información con las mejores maneras de lograr el éxito en dicha puesta a punto. Su última tarea: despedirlo. Para preparar el momento habían corrido el programa de simulación semanas atrás. Los resultados de los ensayos habían sido exitosos. Ningún lío y sin afanes. Los padres sabían que los huevos se pueden romper en la puerta, y no estaban dispuestos a dar explicaciones a la Corporación por tener que desconectar un niño antes de tiempo debido a una mala o apresurada subida de datos en la CPU de Timanco. El tiempo se había agotado y Timanco estaba acondicionado a plenitud como parte de la fuerza colonizadora del satélite Vespaciano.

La ansiedad que tenían los mayores era un sensación que no sabían manejar. Era el primer vuelo que el niño realizaría por el espacio. ¡Su primer viaje en cohete! Timanco y sus padres se dirigían a la estación de naves espaciales y ellos esperaban que fuera lo más agradable posible. Su afán se acentaba en otros asuntos. La conversación surgida días atrás que ellos volvían a reproducir una y otra vez en sus monitores oculares.

—¿Ustedes han hecho el amor? —preguntó Timanco

—Jeje. No —respondió de Celio—. El proceso para satisfacer esa necesidad era muy engorroso, requería bastante esfuerzo y dedicación por lo que se actualizó. De eso hace mucho tiempo.

—¿Cómo se actualizó? Los ojos achinados de Timanco se abrieron un poco.

—Por ejemplo, para la adquisición de nutrientes. En el pasado se requería de un ineficiente proceso de varios pasos: cultivar, transportar, adquirir y cocinar los alimentos. Tomaba meses que un tomate llegara a la mesa. Hoy, para tenerlo, basta con que se lo digas a la impresora de alimentos —dijo Emeterio.

—Ah. ¿Y qué pasó con el amor? ¿Cuando las personas dejamos de nacer naturalmente? El cubículo holográfico multifuncional en forma de sala comedor se silenció. Celio miró a Emeterio. En el manual no estaban estas preguntas.

—Hace más de 1500 años. Nuestros antepasados entendieron que el proceso de formar familia para perpetuar la especie no era funcional —dijo Emeterio—.

—Entonces, ¿Nosotros no somos familia? —siguió Timanco.

—Podría llamarse de esa manera.

—¿Pero sin sexo, sin amor?

—Los sentimientos que venían como consecuencia del sexo eran imprácticos. Nos dejaban más problemas que satisfacciones. —respondió Emeterio.

—Te repito Timanco. Ya no se necesitan. Tú llegas de una muestra de material genético combinado entre Emeterio y yo, que la corporación tiene.

—Tú tienes ya una pareja que está programada desde antes de ir a impresión para ser tu compañero mientras eres funcional.

—¿Y aún nos consideramos humanos? —remató Timanco.

—¡Claro!, ¿qué más podríamos ser? Nosotros pensamos.

Después de la charla, los adultos sentían que cierto descuido les pasaba factura. Un descuido inconfesable les preocupaba. ¿Será que se echó a perder todo este entrenamiento? En un lapso, en una falta de concentración, habían dejado su central de carga mental abierta y Timanco se montó una vida completa de 1992. De eso craso error eran ya siete meses los que habían pasado. 1992 fue una época cuando las personas obtenían cualquier habilidad: caminar, hablar y demás habilidades en un larguísimo proceso que se llamaba aprendizaje. Este estaba basado en prueba y error. La interacción con lo que nuestros antepasados llamaban computadores era apenas naciente. Sumado a la cantidad de sentimientos que los sometían, la vida era durísima: tenían que trabajar y muchos morían de hambre y enfermedades simples. La pareja esperaban que esa información subida a la CPU de Timanco no fuese un problema; ellos la desinstalaron con sumo detalle. Pero esa curiosidad por el pasado que tenía Timanco era extraña para sus cuidadores. El software montado para mitigarla había fallado y ese descuido pudo haber quedado alguna basura en el CPU del niño. Como pareja de adiestradores, igual que los otros cinco millones de duetos de padres o madres en este satélite, tenían los códigos de programación exactos para cada uno de los niños asignados. Así que decidieron hacer una lista de chequeo para verificar nuevamente que la carga de software al niño había cumplido con los parámetros para que no se presentaran situaciones de estrés. Accedieron al cerebro de Timanco y le corrieron un software de recuperación. El resultado del chequeo fue exitoso.

Emeterio cavilaba sobre ciertas actitudes del niño: los hologramas que sacaba, cuando cantaba o les sonreía. No computaban su obsesión con muchas palabras ya en desuso, palabras que significaban aquellos asuntos resueltos ya hace muchísimos años. Muerte, amor, sexo, familia, amigos. Acciones y palabras antiquísimas a las que no le encontraban explicación en información sobre este modelo T. Y Había otras consecuencias sensaciones extrañas. Las sesiones de sexo de Celio, con su chica de Vargas, se hicieron más frecuentes; se había masturbado manualmente; Emeterio recordó un concierto de Bach prehistórico. Como si los impulsos eléctricos que iban y venían por sus instalaciones nerviosas, de repente se hicieran perceptibles en la carne, tendones, huesos, entraña y piel. Todo desde que sucedió aquel incidente.

Una vez, en el sector de acondicinamiento físico, uno de sus compañeros les mencionó el mismo problema. Celio visitó a la compañía, pero no paso de hablar la política determinaba que en estos casos no se podía, ni debía, intercambiar algún tipo de testimonio. El holograma del secretario le recordaba que la Corporación se negaban a entregar más datos o a permitir el movimiento libre de los mismos entre los demás «padres». Celio creía que toda actividad que surgía en las redes con preguntas sobre este extraño comportamiento era manipulado desde la Central. Las consultas a la Corporación no ayudaban.

Unas noches previas a la partida, revivieron una de esas misiones de 14 años, como la de Timanco, que falló. Así pues, como cuando se acercaba el momento de una prueba,  el tándem de adiestradores sabía que el momento de partir se aproximaba y su ansiedad los tenía acelerados, nerviosos.

Así iban caminando hacia la nave. Luego oyeron

—Les daré un regalo. —dijo Timanco

—¡¿Un regalo?! —preguntaron al unísono— no era el momento más adecuado para las excentricidades del niño.

—Sí, bueno, un regalo es algo que los antiguos hacían entre ellos cuando intercambiaban cosas en estas fechas.

—¿Estas fechas?, ¿te refieres a la antigua Navidad?

—Sí, así la llamaban: Navidad —respondió con impaciencia y continuó evitando más interrupciones—. Un regalo era algo que se daba para demostrar afecto. Y está ahí está. ¡Úsenlo!

Ellos, atónitos, vieron que los achinados ojos del niño se agrandaron y empezaron a brillar fuera de lo normal debido y un liquido resbaló por sus mejillas. Ellos sabían qué era esa gota, mas nunca antes la vieron.

Timanco, sin decir más saltó y les abrazó y besó para luego seguir hacia la nave.

—Gracias padres. Ese es mi regalo queridos. Los recordaré.

Ellos, sin palabras ni comandos para saber como reaccionar a esa manera de actuar de Timanco, se tomaron de la mano sin movimiento alguno de sus neuronas. Detectaron que en sus ojos dejaban de ver nítidamente y desde sus mejillas los impulsos eléctricos de la piel informaban a CPU que algo, una lágrima, les mojaba el rostro.

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