“No es la tecnología la que nos domina, si no la maldad de los que la controlan”.

Doctor Brennan Schmitt, premio Nobel de Física.

El whatsapp decía:

-Walter, hemos de vernos urgentemente, tengo mucho que hablar contigo y poco tiempo para explicártelo. ¿Esta tarde en la casa de la costa? .

-OK, Breni. A las siete estaré por allí.

El Mercedes 280 SL  de los sesenta surcó veloz las calles encharcadas del distrito 28. Centenares de destellos multicolores se desprendían de sus ruedas mientras rompía la fina lámina de agua que recubría el asfalto. Pronto dejó la ciudad y se introdujo en la R12, una carretera secundaria que discurría sinuosa entre bosques de gigantescas  coníferas cuyas oscuras siluetas reverenciaban el paso del convertible. Media hora más tarde se desvió por un discreto sendero. Avanzó con dignidad,  absorbiendo  cada una de las irregularidades de la pista de tierra sin la menor queja mecánica  hasta llegar frente a la mansión de estilo victoriano, cuyas tenues luces iluminaban espectralmente el entorno cercano. Era una visión bella aunque un poco inquietante,  un escenario más acorde con una película de suspense que con una cita profesional de fin de semana. El refugio del eminente doctor Brennan Schmitt.

Wolf corrió hacia la puerta buscando refugio de la tormenta. Cuando se disponía a llamar a la puerta observó que se hallaba ligeramente entreabierta, dejando pasar un tenue resquicio de luz amarillenta.

-¿Hola?, ¿Breni?. ¿Hay alguien ahí?.

Nadie contestó al requerimiento del visitante quien fue avanzando lentamente por el pasillo repleto de cuadros y grabados antiguos.

-¿Breni?

Los pasos de Walter resonaban como redobles de tambor creando un eco que invadía toda la casa. Y el doctor empezó a sentir una inquietud creciente ante la situación.

-Venga Breni, por hoy ya está bien de bromas, no he venido hasta aquí un jueves lluvioso para que te diviertas con alguno de tus trucos.

En el interior del salón,  la oscuridad era casi absoluta, solo una minúscula lamparita de estilo art decó  iluminaba tenuemente  un rincón de la estancia. Walter se dirigió hacia el interruptor  principal de la luz . En el mismo momento que giraba el antiguo botón de palomilla notó que algo estaba adherido justo debajo. La luz reveló de qué se trataba. ¡Era un postit!.

En el postit aparecía una orden clara y concreta: “conecta tu terminal”.

Al instante, un zumbido musical indicó la entrada de un nuevo whatsapp. Era de Brennan Schmitt.

-Bien. Pensarás que me he vuelto loco. Si, es lógico que lo creas, pero no es así. Estoy en un lugar más o menos seguro que no te puedo revelar, es largo de contar. Como sabes, llevo tiempo profundizando en el análisis de patrones de las redes sociales y los navegadores. Siempre he sospechado que hay una secuencia perversa encriptada  en todas las plataformas, tanto en las redes sociales como en los buscadores. Algo que modifica el comportamiento humano como lo haría un código genético. Una suerte de manipulación global cuya finalidad perversa se ha puesto de manifiesto. ¿Recuerdas la célebre frase de Einstein: “Temo el día en que la tecnología sobrepase nuestra humanidad. El mundo tendrá una generación de idiotas”. Yo nunca creí en este apotegma, pero la realidad confirma que me equivoqué. La generación de idiotas ya está aquí Walter. ¿No la ves?. ¡Están circulando como zombis por las calles, mueren atropellados a diario o atrapados en la chatarra de sus berlinas por contestar a tiempo un SMS o un whatsapp!. Es un tema que me aterra a medida que voy profundizando en él.  Ahora tengo pruebas contundentes de que eso es así, pero no hay tiempo para comentártelas. ¡Hemos de actuar, ya!.

En el escritorio verás un portátil, conéctalo. Hay una carpeta titulada «CONSPIRACIÓN». Ahí está la clave de todo. Las empresas, políticos, gobiernos, medios… Las principales fórmulas matemáticas, ecuaciones, algoritmos, que se están utilizado para  frenar paulatinamente el pensamiento humano y convertirnos en verdaderos idiotas a su servicio.  Y lo más importante de todo, en el folder “pannic” están todas las instrucciones para revertir el proceso, en especial una aplicación, un worm que he desarrollado, que puede infiltrarse en la red y generar códigos de anulación de secuencias. Suerte amigo y disculpa por haberte metido en todo esto. Llámame cuando estés en lugar seguro.

-¡Qué grande eres Brennie!, será un plato muy apetitoso para millones de hackers de todo el mundo, masculló nerviosamente Wolf sin dejar de teclear. 

El mensaje ya estaba pegado, sólo faltaba insertar las 500 direcciones de correo iniciales. La flor y nata mundial, empezando por los propios miembros del proyecto Morse y  los más destacados expertos del sector de las nuevas tecnologías, recibirían al instante el contenido magistral.  Una verdadera bomba de inteligencia que se reproduciría como un ser vivo en las mismas entrañas del mal.

El doctor Wolf pulsó la tecla intro y observó como se producía el milagro. Su misión había finalizado. Ahora tocaba escapar de allí lo antes posible.
Pero Walter Wolf no tuvo tiempo ni de levantarse de la silla. Un breve destello metálico refulgió de un cable que le rodeó el cuello. Demasiado rápido para comprender que había llegado su fin .

Los periódicos del sábado reflejaban con diversa relevancia la noticia. Mientras el Herald Tribune la destacaba a dos columnas en el cuadrante inferior derecho de la portada,  otros periódicos de gran tirada, como el New York Times, solo lo mencionaban en las páginas interiores. No obstante, de una u otra forma, la prensa internacional se hacía eco de la inesperada desaparición del premio Nobel de Física, Doctor Brennan Schmitt. Todos los medios reconocían sin ambigüedades la gran aportación que hizo el científico a la sociedad de la información, alabando su extraordinaria capacidad de anticiparse a los tiempos.  Las referencias a la causa de su muerte eran ambiguas y no parecían tener mucha relevancia en el contexto de la noticia. “En circunstancias aún por aclarar”,  “sin signos de violencia”… En cualquier caso nada para llamar demasiado la atención a la opinión pública. Al fin y al cabo, el 99% de ciudadanos no sabrían citar un solo premio Nobel de Física de los últimos veinte años. Paradógicamente, el doctor Schmitt, al cual las sociedades digitalizadas le debían buena parte de la grandeza de Internet, era un perfecto desconocido. Para la inmensa mayoría de la población ¡Bernann Schmitt no había existido nunca!.

No fue hasta el martes de la siguiente semana que aparecieron las primeras noticias sobre el doctor Wolf.  “Científico hallado muerto en extrañas circunstancias”, titulaba la prensa local. Una noticia con poca relevancia y completamente desvinculada de la desaparición del doctor Schmitt. Los medios evitaron establecer relaciones entre los dos eminentes físicos y la coincidencia de su desaparición casi simultánea. Si Schmitt pasaba desapercibido para la mayoría de los mortales, Wolf era un absoluto desconocido para el conjunto de la sociedad. Nadie lo notaría a faltar excepto en la élite de los círculos científicos. Que apareciera colgado de un árbol a menos de un kilómetro de la mansión del doctor Schmitt no parecía tener ninguna relevancia.

Pero la obra de los dos héroes anónimos se había puesto en marcha de forma implacable. Estaba tan bien ejecutada que sería imposible detenerla. Sólo sería una cuestión de tiempo que voces relevantes de todo el planeta señalaran la gran conspiración contra la humanidad e identificaran a sus principales responsables. Primero habría confusión, contra-propaganda de los debunkers a sueldo, amenazas e incluso desapariciones forzadas, pero la «sociedad de la información libre» empezaba una revolución imparable hacia el conocimiento universal.

La era de la confusión y la mediocridad tocaba a su fin. Las miradas de los ciudadanos dejarían de estar pegadas a las pantallas de forma compulsiva y alzarían la vista al cielo en busca de su verdadero rol en el Cosmos.

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