El sudor de intensas horas de trabajo en el Sector Once acaba de perderse por el desagüe de la ducha, disuelto en un remolino de agua oscura. Aún con el pelo mojado y con una toalla rodeando su cintura, Teo se sienta en el borde de la cama. Al salir del baño, el Klimatec ha detectado una variación en su temperatura corporal y, tras un escueto bip, se ha activado para reajustar térmicamente el apartamento Q, de la planta ochenta y cuatro. Mientras un monótono zumbido va inundando la estancia, una figura femenina parece dormir plácidamente frente a él. Teo no deja de contemplarla: está recostada sobre un viejo sillón orejero, de cuero desgastado, al que le faltan algunos remaches del respaldo. Después de tanto tiempo, se le hace extraño reencontrarse con aquel rostro.

Al sacudir su pelo con la toalla, los recuerdos se le enredan entre cientos de cabellos canos. A Teo le cautiva verla sobre ese asiento desvencijado, en el que suele refugiarse muchas tardes, inmerso en las novelas de su T-Book. La mañana que lo adquirió en un anticuario del Distrito Azul, ni por asomo imaginó que un día le llegaría a parecer el objeto más luminoso del Universo.

Teo se recrea en cada poro de su piel. Su mirada sortea el relieve de su rostro anguloso, de labios prominentes y nariz afinada. Se detiene en sus ojos cerrados e intenta recordar su mirada. Luego, se deja caer entre las ondas de su pelo moreno, y se desliza por su cuello hasta alcanzar la cremallera del mono de T-Industries, que embute su cuerpo con Termotela gris. Solo sus manos y pies quedan al descubierto. Al divisar sus dedos, el pecho de Teo comienza a palpitar al son con el que aún recuerda el sonido de unas letras.


 *

Celise: Sabes que no es posible. Nuestras vidas son demasiado diferentes. Además…

Teo: Además…

Celise: Me trasladan a Phebos.

La pantalla de Socinet quedó inactiva unos segundos.

Teo: Solicita una moratoria. Tienes créditos de sobra.

Celise: No es tan sencillo. Se trata de mi carrera. Además, ¿y si lo hago, qué? ¿Cuánto tiempo pasaría hasta el próximo traslado? ¿Seis meses? ¿Un año? ¿Dos, como mucho? Tarde o temprano, sería lo mismo.

Su réplica se hizo esperar.

Teo: …y fueron engullidos por un océano de estrellas.

Celise: No me lo pongas más difícil, ¿quieres?

Teo: Solo es ironía poética.

Celise: No tienes arreglo.

Teo: ….

Celise: ¿Sigues ahí?

Teo: DESCONECTADO

Celise: En fin… Adiós, Teo.

Celise: DESCONECTADA


 *

Aún sentado sobre la cama, Teo se abotona una camisa blanca de cuello Mao. Con la mirada perdida, intenta calcular el tiempo transcurrido desde la primera vez que descubrió el rostro de Celise, perdido entre los asientos del Subrail de las 07:15. El mismo que aún toma cada mañana con destino a T-Industries. Asaltado por un gesto de cansancio, apoya los codos sobre las rodillas y, entrelazando las manos, oculta su rostro tras ellas. Entonces, entre sus dedos se filtra la imagen de aquellos ojos cerrados que siguen frente a él. Aquella visión lo atrapa: siente que el aire se hace más denso, y que su mente le muestra una realidad difusa, que se disuelve arrastrándolo cinco años atrás.

 


*

 Era lunes. El Subrail iba repleto. Teo revisaba las noticias en su Table-T, anclado a la banda de seguridad de su asiento. La actualidad no traía nada de interés, de modo que se entretuvo escrutando el interior del vagón. Enseguida, encontró a Celise sentada al fondo. Dormía plácidamente a pesar de que, a su lado, un tipo trajeado no paraba de hablar con su T-Phone. Teo no recordaba haberla visto antes. Y era extraño porque, en cada trayecto, solía distraerse observando a los viajeros: una desviación profesional muy común entre los ingenieros de inteligencia artificial; así que supuso que pertenecería a algún GITE (Grupo Itinerante). Cuando sonaron las señales de aproximación al Sector Gubernamental, Teo echó un vistazo a su reloj: llevaba casi veinte minutos varado en el rostro de aquella desconocida, que ya comenzaba a desperezarse dibujando círculos con su cuello. Cuando el Subrail se detuvo, la mujer cerró su Table-T, se liberó de la banda de seguridad y se incorporó para salir al andén. Teo no pudo evitar girarse y atravesar la ventana con su mirada: allí, arrastrada por un mar de trajes grisáceos, la joven se alejaba hacia unas imponentes torres hexagonales.

Durante semanas, solían coincidir en el mismo vagón. Ella siempre iba dormida, y Teo quiso ver en ese hecho una especie de invitación invisible, casi divina, a la contemplación de su semblante. Así que se entregó a un ritual diario que, sin darse cuenta, comenzó a llenar un espacio de su interior al que había sido ajeno hasta entonces.

Un jueves cualquiera, sus ojos se apartaron de ella, presa de una repentina ansiedad. Entró en SociNet y, en solo dos minutos, ya había descifrado la ruta de acceso al canal privado de Celise. Aún hoy, se pregunta qué fue lo que le empujó a escribirle:

Teo: Eres preciosa.

Al terminar la frase, sintió como si cada letra de la palabra arrepentimiento resbalase por su espalda, y como si todos sus temores gravitaran por el vagón, en torno a la fracción de segundo que ella tardó en despertar con el zumbido de su Table-T.

Celise: ¿Quién eres?

Mientras bostezaba, sus dedos puenteaban su nariz, masajeando sus ojos.

Teo: Alguien que no se cansa de mirarte.

Conforme escribía, Teo la vigilaba de soslayo: ella no paraba de escanear el vagón con un gesto de desconcierto.

Celise: ¡Vaya! No sé si debería sentirme alagada o asustada.

Teo: La primera opción suena mejor.

Celise: ¿Se trata de algún tipo de juego?

Teo: No exactamente.

Celise: La verdad, Teo, si es que te llamas así, no sé si tengo muchas ganas de jugar.

Teo no respondió. Se sentía ridículo. No tenía claro si seguir adelante. Mientras tanto, con la mirada extraviada, Celise tamborileaba con sus dedos sobre su Table-T, hasta que la señal de aproximación la empujó de nuevo hacia la pantalla.

Celise: ¿Sigues ahí?

Teo: Eso creo.

Volvió a mirarla de reojo pero, esta vez, ella lo estaba esperando.

Celise: Bonita corbata.

El Subrail se detuvo.

Antes de abandonar el vagón, ella se giró y Teo se dejó cazar de nuevo por su mirada. Muchos kilómetros después de que Celise se hubiera desvanecido entre la muchedumbre, Teo aún seguía descifrando la estela que había dejado su sonrisa.

 


*

A Teo le invade un intenso deseo que lo empuja a levantarse del borde de la cama, avanzar hacia ella y arrodillarse frente al sillón en el que duerme. Comienza a acariciarle sus pies. Se inclina hacia ellos y los besa. Luego, sube con los dedos hasta alcanzar sus rodillas. Las masajea con suavidad, como surfeando sobre olas que rompiesen en sus caderas. Remonta hasta su cintura y, antes de llegar a sus pechos, un giro de muñeca lo desvía hacia el hombro para, enseguida, ascender por su cuello y desaparecer detrás de su oreja. Allí, con la yema del dedo índice, ejerce una ligera presión sobre un círculo tatuado, cuyo borde se ilumina. Ella pestañea levemente, y Teo retrocede hasta la cama. Desde ese punto, observa como una luminiscencia azulada emerge por la base de su nuca, y se va ramificando en decenas de afluentes que comienzan a surcar su piel. En unos segundos, se ha tejido una maraña que hace refulgir su cuerpo, antes de disiparse. Entonces, su cuello despierta con un tenue movimiento. Sus manos se agarran al reposabrazos del sillón y empieza a enderezar su postura, mientras su cabeza queda apoyada en el respaldo. De pronto, ella abre sus ojos y, en esa posición, con el mentón ligeramente elevado, como queriendo mostrar orgullosa su cuello infinito, le regala a Teo la réplica de una mirada perfecta.

Al fondo de la habitación, restos de embalajes sobre los que se distingue el símbolo verde y azul de T-Industries, siguen amontonados cuando Teo le entrega una Table-T a su acompañante. Ella la coloca sobre su regazo con un movimiento pausado; como si nunca antes hubiera sostenido algo así entre sus manos. Teo comienza a escribir: 

Teo: Sigues siendo preciosa.

Celise-T: Me alegra volver a leerte.

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