Filiberto era un pequeño niño de siete años cuando su padre le regaló el proyector. Venía con una caja de cilindritos plásticos en cuyo interior descansaba un filme de diapositivas, que concatenadas secuencialmente encerraban cada una, una historia. Era un proyector rústico y poco avanzado, pero cumplía su papel: proyectar las imágenes fijas en la blanca pared del cuarto de Filiberto.
Por las noches cuando papá llegaba del trabajo lo primero que hacía era montar el proyector, de suerte que un rudimentario cine se inauguraba en la casa de Filiberto. Juntos, mamá, papá e hijo asistían a las películas que imágenes tras imágenes, con leyenda y todo, contaban sus peripecias. Ahora, que ya el tiempo ha pasado y los padres de Filiberto han muerto: de aquellos filmes Filiberto se recuerda de uno: el del dragón.
Era un cuento muy viejo del pueblo vietnamita, y aqui Filiberto intenta hacer memoria pues no ha conservado el rollo, se le ha perdido con los inevitables años… En una aldea muy pobre del interior del país, justo en el promontorio que la dominaba se situaba el castillo, donde vivía el dragón. Era un dragón cruel, quizás como Smaug en el Hobbit, que asolaba a los campesinos de la aldea para que le pagasen los impuestos y le suministrasen los alimentos de cada cosecha. El dragón salía de su castillo volando y quemaba y mataba a mansalva cuando estos desdichados seres no conseguían cumplir con lo prometido.
En aquella aldea la vida era difícil. Pero también para consuelo de muchos existía una leyenda: en la laguna que alimentaba de agua a la aldea vivía una tortuga. Y esa tortuga -decían los aldeanos- tenía la espada que podía matar al dragón. Todos los años muchos pescadores de la aldea salían a la caza de la milenaria tortuga; pero o no conseguían capturarla o desaparecían para siempre camino del castillo donde vivía el dragón.
Cierto pescador de familia muy humilde, de cuyo nombre en la historia Filiberto no consigue recordarse, le prometió a todos que cazaría la vieja tortuga. De modo que se embarcó en su bote en dirección al centro de la laguna. Allí tras largas noches de pesca sin resultados, una bella mañana, a la salida del sol, capturó a la tortuga que además de muy vieja era gigante. Enredada en la red del pescador ésta le suplicó para que no la matara y en compensación le ofreció la tan deseada espada: la que según el quelonio mataba al dragón. Era un sable de acero nipón todo lleno de incrustaciones y símbolos cabalísticos. El pescador aceptó y la libertó.
Dice Filiberto que aquel pescador no era hombre de no cumplir su palabra.
Con la espada en la cintura se presentó ante las murallas del castillo. Y para sorpresa de él y de cuantos lo acompañaban en aquel momento, las grandes puertas de la fortificación se abrieron y los soldados que guarnecían el lugar se arrodillaron ante su presencia. El pescador entró y fué directo hacia los aposentos del dragón. A su paso un espanto generalizado gobernaba las habitaciones y los corredores del castillo. Cuando entró en la alcoba del dragón, éste lo miró y cuando percibió la espada en la mano de Filiberto se hizo mil pedazos, como si su masa corpórea fuese puro cristal de la Bohemia. Entonces el pescador con la espada en mano pudo ver como todos los que le servían al dragón se le arrodillaban cuando lo veían. Y mientras caminaba por los corredores interiores del palacio, los sirvientes le agasajaban con licores y comidas, con joyas y ropas de los más diversos tipos…Hasta que en una de essas travesías locas el pescador tropezó con un magnífico espejo que dominaba una curva interior a la tronera de la murralla. El espejo tenía la altura de la pared.
Cuando el pescador prescrutó su imagen… la propia silueta era la del dragón.
Dice Filiberto que aquel pescador no era igual a los demás. Alzó la espada y mandó a derribar los muros y las torres que cercaban al castillo. Entregó a sus coterráneos de la aldea las riquezas que cada dragón de turno había acumulado, en los tantos años de sucesiones de dragón en dragón.
Lo que Filiberto no me consigue explicar, por más que se lo pregunte, es el motivo de que tan solo se acuerde, de las tantas historias que tenía en rollitos, ahora que se han pasado más de cincuenta años, de la historia del dragón.
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