La vio a través de los párpados, entrecerrados, pesados todavía a causa del sueño. Había llegado al alba, como siempre, con su caminar pausado y su inconfesable miedo a provocar algún sonido que alterara la plácida estancia del silencio. El Sol marchaba de nuevo, sin fuerzas para atravesar las rendijas de los postigos, otorgando a la alcoba una suerte de estampa marina verdeazulada. Y ella, mecida por las olas, iba envuelta en una masa de algas, en un albornoz turquesa que, sin ajustar, poco dejaba a la imaginación. Ella, Ivi, se inclinó en el borde de la cama, y rozó con sus fríos dedos el pecho desnudo de su dueño. Olía a tilia y a flor de naranjo, y su piel, sus ojos y sus pezones emitían una ligerísima luminiscencia, como si el ardor de la pasión que estaba naciendo dentro de ella quisiera manifestarse de alguna forma. Dulce y luminosa, Ivi esbozó una sonrisa. Él se agitó, se removió y, con manos firmes, la atrajo hacia si. Ella se inclinó sobre él, y lo besó, y lo envolvió con su nebulosa presencia, perfumada y aséptica, hasta que sus receptores biológicos se activaron y ordenaron a sus extremidades inferiores que se separaran y rodearan la cintura de su dueño. Él se dejó llevar, palpando con deleite y fascinación aquella réplica tan hermosa, tan perfecta, tan… humana. Pero había algo más. El lord inglés no lo había esperado, claro que no. A diferencia del ser humano, los androides no poseen capacidad de decisión. Sus órdenes son cumplidas a la perfección, escrupulosamente, y ni la moral ni el doble juego tenían cabida en sus microprocesadores. Ivi arropó con su propio cuerpo a su dueño, echó las manos a su cuello y, con la misma expresión en el rostro, esa de eterna sumisión, acabó ahogándolo allí mismo, sobre la cama, entre sábanas perfumadas. Y él, atónito, antes de cerrar los ojos para siempre, apenas había comprendido el porqué, el motivo por el que la vida, tan hermosa y digna de ser vivida, puede convertirse en un instante en algo tan delicado y tan frágil como una mariposa, tan etéreo y tan fugaz como el último suspiro que se da entre el placer y el más frío y oscuro vacío…

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