Queridos padres:

Parece que por fin he llegado a destino, tras una auténtica aventura digna de Julio Verne. Después de más de 273 días encerrado en esta cueva acuática, en los que no he podido hacer mucho más que comer, dormir y tratar de estirarme, sentía cómo el cálido lago en el que flotaba me iba aprisionando y dejando cada vez menos espacio. Llegó un punto en el que los dedos de mis manos se tocaban con los de los pies, y tenía la cabeza prácticamente entre las piernas. Un auténtico contorsionista. Pero entonces, ayer se desató una fuerza de la naturaleza. Una gran tormenta me empujaba fuera. Cada trueno me hacía saltar hacia fuera, hasta hacerme deslizar por una rampa escurridiza. Cuando creía que todo había acabado sentí una tremenda presión en la cabeza. Tras unos minutos de angustia, alguien tiró de mí desde el otro lado del túnel. Casi sin darme cuenta, mi cuerpo se deslizó por una angosta abertura. Unos brazos ágiles me recogieron. Sentí cómo necesitaba tomar aire y di una enorme bocanada… y entonces lloré y lloré.

Pero ya estoy a salvo. Al menos, de momento. Os seguiré contando.

Os quiere,

Vuestro hijo

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