Lúa, emocionada, juega con la arena, la coge entre sus manos para luego abrir un diminuto agujero separando sus dedos y dejarla caer sobre su cuerpo. Cuando su piel y su bañador quedan ocultos, corre hacia la orilla y se adentra en el mar y, con pequeños saltos, chapotea. Una vez fuera, sus padres recogen el paisaje, pliegan el mapa, marcan la fecha del viaje y se dan las buenas noches. Los cabellos de Lúa huelen a mar y en sus ojos reposa el océano. La luz del faro herculino custodia su sueño.

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