Quizás la soledad de la montaña sea más grande que la mía. Podría sentirme bien allí y ser triste tranquila.

En la ciudad todos somos solos, pero sólo algunos se animan a admitirlo.

Aunque estemos acompañados nos sentimos así. Extraños.

Todos se alejan del triste y del solo, piensan que se contagia.

La montaña es triste y sola y sin embargo, nos gusta estar con ella y vernos reflejados en su lago de lágrimas.

Ella, aunque acompañada, sigue llorando.

Al final no somos solos, somos montaña.

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