Ir.

Verles al menos.

Le dolía la sangre.

Buscó datos que le dijeran quienes eran los mayas, de quienes sus padres adoptivos le dijeron que venía.

Piedras.

Viejas pirámides.

Y nada más.

Gente con otro color de piel y de ojos, pero nada más.

Guardó una polo en la maleta casi vacía y se quitó los zapatos.

Miró la foto de su pasaporte y sonrió.

El avión sale en dos horas hacia América.

La suya, la que no quiere, ni desea, ni conoce, ni espera.

Se duerme por mucho tiempo. En su cama de siempre.

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