El avión tomó tierra en el aeropuerto Charles de Gaulle de París. Cogí mi bolso de mano, recorrí el túnel hasta la terminal y esperé junto a la cinta de equipajes. Por fin estaba en el destino soñado. Me coloqué los cascos en los oídos y me dispuse a disfrutar la poesía cantada de Joaquín Sabina. En lugar de su rasgada voz, un molesto zumbido me castigó el tímpano. El implacable despertador me había hecho regresar a tierra y el destino soñado volvía a ser eso: un sueño aún no hecho realidad.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS