Eran las 23.00 hrs de una noche de invierno. La niebla cerrada sólo dejaba ver el aura de las farolas que recorrían los soportales de la majestuosa calle Mayor palentina. Larga y vertebrada por sus columnas el viento del norte parecía jugar con su sonidos entre sus pilares, moviendo las bufandas que se enrollaban en los cuellos de los pocos transeúntes y acariciando la tez de los valientes que únicamente iban envueltos por una cazadora, con el cuello encogido y las manos en los bolsillos.

«El Gallego» estaba apunto de bajar sus persianas y echar el cierre a un día más de poca caja. Quizá mi amistad con los dueños hizo que permanecieran unos minutos más aguantando batalla. Pedí un vino caliente y me refugié al cobijo de la conversación. Desde allí, pude ver a través de los cristales del bar, aquella curiosa pareja de abuelillos sin techo que arrastraban consigo un par de cartones y buscaban refugio en el cajero de aquel banco que patrocinaba los principales eventos deportivos. No era la primera vez. El ritual que establecían siempre era el mismo. Colocaban sobre el suelo los cartones que hacían la función de aislante, sacaban unas pequeñas mantas ajadas y se cubrían el uno al otro. El pequeño cofre de vida que tomaba forma de carrito de compra, lo usaban a modo de dura almohada. La escena no sé si me enternecía o me apenaba, pero antes de plantearme ese debate en los entresijos de mi cerebro, pedí a Carmen un par de colacaos en vaso de plástico. Ella muy perspicaz, como siempre, los acompañó de un par de pinchos que iban a terminar en el cubo de la basura y una pequeña caja de cartón. Yo, me coloqué la capucha, cogí la cajita, puse ese aperitivo a modo de cena y crucé los apenas 15 metros que nos separaban de aquella pareja. Intentando molestar lo menos posible piqué en el cristal del cajero y les hice saber que la noche iba a ser larga, que bien les iría tener algo caliente en el estómago. Agradecidos, se medio incorporaron y alargaron sus brazos para alcanzar la pequeña caja y coger el vaso de leche caliente.

Según regresaba a «El Gallego» llevaba aquella escena grabada a fuego, me encogía el corazón y ahogaba la garganta. Nunca quise preguntar por sus nombres, soy de los que piensa que nosotros pasamos por la vida con nuestras circunstancias. No soy de los que juzgan sino de los que piensa que cada uno de nosotros tiene que dejarse llevar por el fluir de la vida evitando los estanques. Fue evidente que nos enfrascamos en una conversación en torno a la situación vivida. De un lado las aportaciones más positivas, solidarias, comprensivas y del otro las opiniones que formaban hipótesis negativas. Rubén, la pareja de Carmen, dijo que ya erahora de ir a casa y cierto, no le falta razón porque al día siguiente había que madrugar y a mi jefe le daba igual lo que hubiera hecho el día anterior. Mi jefe me quería, en el peor sentido de la palabra, a pleno rendimiento.

La mañana siguiente no fue novedosa, salvo que nuestra ciudad había alcanzado la mínima de España. Como bien decía Rubén la noche anterior, «aquí los pingüinos van con bufanda». El día no hubiera sido distinto a los demás de no ser por una de las noticias de prensa que más me había helado el corazón. «Dos ancianos fallecen por hipotermia en las inmediaciones del parque Isabel II». Las preguntas me bombardearon la cabeza a cada instante, ¿Eran aquellas dos personas a las que había llevado la leche caliente? ¿Cómo habían llegado a fallecer si estaban a resguardo?.

Evidentemente, esta noticia requería de una pequeña charla con Carmen y Rubén. A media tardé pasé por el bar, mi entrada no fue espectacular, todo lo contrario, con la mirada baja y el rictus alicaído nos fundimos los tres con un abrazo. Pocas horas antes habíamos formado parte de una bonita acción con la que limpiábamos nuestras conciencias.

Pero no era cuestión de buscar culpables morales. Aquella pareja ya no estaría más en aquel cajero ni en ningún otro. No podíamos preguntarnos qué más podíamos haber hecho. La pareja tomó una decisión, personal o forzada, para abandonar aquel lugar y emprender camino a ninguna parte en medio de la noche. Fue un caso extraño ya que ¿Quién sale en mitad de la noche hacia la nada?

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