Los buenos aires de una calle que corre desde la ruta vieja rumbo a las vías del tren, refrescaban los días de esas casas pobre, humildes ranchos, que la acompañaban a lo largo de su corto recorrido.
Despoblada en un extremo, en el otro tenia: bar, almacén y verdulerìa, con palenques en las veredas donde los «paisanos» ataban caballos y carros, junto a las «chatitas» de los mas adinerados .
Por allí andaba el «tacuara», temprano, haciendo los primeros mandados antes de ir a la escuela; la carne, la verdura y el pan se compraban todos los días, en tiempos en que casi no existan ni heladeras ni conservadoras, si fiambrera para la carne y una lata de galletitas en desuso para el pan y la galleta.
Hacia las compras para la casa y siempre una moneda se guardaba, y cuando marchaba a la escuela en el kiosco de la placita del pueblo hacia las suyas, paquetes de figuritas para un albùm escondido, nadie lo sabia ni Doña Marìa lo sospechaba, pero en una esquina de la cuadra de su casa, en la Buenos Aires y la primera que la cruzaba, en el caño de la alcantarilla, allí tenia su tesoro.
Y la suerte vino de buenas y así como de malas.
Consiguió la difícil. la única que le faltaba , el albùm completó, y a entregarlo al kiosquero para que pidiera el premio. era una pelota, si una Nº 5, de esas con las que se jugaba en primera. Jamas había tenido una, su juegos eran con una goma algunas veces y con una media llena de trapo las mas, y el soñaba con hacer malabares, con una de verdad, una de esas de primera, jugando en la primera deleitando a la hinchada del Deportivo, el club del pueblo y sobre todo deslumbrando a «la morocha» de la esquina, esa que vivía «haciendo cruz» al escondite de sus monedas y álbum, la misma que desde el pueblo se marchara a la ciudad un tiempo atrás en busca de mejor progreso, no era linda pero si simpática y se la imaginaba «querendona» para el amor, y de verdad la extrañaba, por lo que se alegraba con cada uno de sus regresos.
Los días pasaron, se terminaron las clases en la escuela, y con casi 15 su 7º grado, ahora ya tenia que pensar en comenzar a trabajar, colaborar con el sostén de familia que casi de la calle lo recogiera. Y la pelota no llegaba.
Casi para la Navidad, una mañana cuando caminaba rumbo a la panadería. el kiosquero lo llamo,…; «Tacuaraaaaaaaaaaaa «,……,»llego la pelotaaaaa» , la alegría le sobresalto el pecho y mas cuando vio que era de los colores de su Boca Junior, la coloco bajo su brazo derecho, corrió a comprar el pan, y luego regreso al trote a su casa.
No tuvo un buen recibimiento, Doña Marìa se dio cuenta de todo, de donde venia la pelota y como había obtenido el dinero, reacciono con la ira de quien se supo engañada, se la quito, y la desinflo al instante pinchándola con una lezna, ademas «el tacuara» tuvo que escuchar los «rezongos», mucho sacrificio hicieron para poder criarlo, alimentarlo y educarlo, en esa casa no faltaba nada de lo indispensable pero tampoco sobraba nada; era muy lógico que eso viejos se sintieran defraudados, encima con Don Antonio enfermo.
Triste por la pelota, pero sin rencores salio a caminar por las calles de la Villa, en un atardecer que se le hacia eterno , se quedo en la esquina de su escondite, contemplando la que fuera la alcantarilla de sus tesoros, de pronto por el portoncito del patio de su casa apareció «la morocha», se saludaron, charlaron, «el tacuara» le contó de lo sucedido, y ella que era unos 2 o 3 años mas grande , maternalmente lo comenzó a consolar, tomandolò de una mano lo invito a sentarse en la cuneta de la calle para seguir hablando. La noche ya estaba presente, y roto el foco de la esquina, por lo que la oscuridad los fue envolviendo, así entre palabra y palabra fueron llegado los besos y las caricias , una mas atrevida que la anterior, ella lo contuvo entre el calor de sus piernas,y «el tacuara» se olvido de la pelota, escondiendo su angustia tras su ardor adolescente.
Ya no soñaba con jugar en primera,…, esa noche jugo por primera vez
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