Aquella ventana siempre estaba cerrada, daba igual si hacía calor o frio, viento o calma, el estado de resto de ventanas de aquella limpia finca de ladrillo; en el segundo, la tercera por la izquierda siempre tenía los postigos cerrados.
Las viejas murmuraban cuando se reunían en corro a tomar la fresca en verano, bajando la voz cuando hablaban de ella. Formulaban hipótesis, creaban entre unas y otras morbosas y escabrosas historias que harían temblar las piernas al mismo hombre del saco.
La miraban curiosos los chiquillos a la salida del colegio.
– Yo la vi abrirse desde mi casa anoche. Fueron unos dedos largos, y unos ojos grandes en un cabezón se asomaron, como los del alien de “Invasor”
-Calla mentiroso- le respondía otro empujándole.
Luego, si pasaban allí parte de la tarde, alguna piedra o pelota lanzaban contra ella; para salir corriendo entre risas que velaban cierto pavor ante el grito de “sinvergüenzas de algún vecino que fumaba apoyado en un alféizar.
A la noche el solitario paseante, tras pasar junto a dos amantes que en la oscuridad tenían su alcoba, detiene la desgastada melodía que llevaba silbando en la boca para mirar el cerrado hueco de la ventana que está sobre la farola. Observa parado como otras veces de vuelta a casa. Igual que siempre nada ocurre. No sale de ella ni una ranura de luz que rompa el frio silencio.
Se da la vuelta y, antes de dejar la calle, una sombra aparece y con ella el brillar de un filo. Le entrega todo lo que tiene sin mediar palabra y casi paralizado por el miedo a aquel hombre que a golpes y con la navaja le apremia.
No satisfecho con el botín o por el impulso tan humano de cebarse con el que menos resistencia presenta, lanza su afilado brazo. El frio metal arde en las entrañas del paseante. Cuando la silueta se lo arranca y se marcha corriendo, cae despacio y medio encogido, el líquido espeso brotando del vientre.
Ve al revés la finca de ladrillos rojos, y ahí están cerrados los oscuros postigos. Estira la mano hacia ella, la mano que no tapa la herida, pero esta se aleja cada vez se aleja más. La ventana nunca se habría.
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