Los secretos que guardan las farolas

Los secretos que guardan las farolas

lorena prieto

12/03/2017

De regreso a casa, la “gacela BH” se precipita sin esfuerzo cuesta abajo.

Siento mis manos entumecidas como hormigón armado. Mis dedos helados como barritas de hierro a la intemperie, al acecho de forzar los frenos. Los pies parados presionan ligeramente los pedales. Mi cuerpo tenso, presto a ejercer un impulso y despegar del sillín a cada relieve del asfalto. Hoy un viento tozudo me empuja y acelera mi descenso. El pelo es de medusa incapaz de atrincherarse tras el cuello alzado del abrigo rojo.

Me dejo rodar por la Diagonal en dirección al mar. Atravieso, a toda velocidad por este sesgo, el tejido cuidadosamente teselado del trazado urbano. Me imagino una tableta de chocolate gigante cortada al biés, las manos manchadas del arquitecto artesano. Tengo hambre.

Serrat me tararea al oído, desde que esta mañana Bea me envió el vídeo del directo ¨Hoy puede ser un gran día¨. Ya no hay tiempo. Por encima de la luz tungsteno de las farolas, el cielo tiene color negro de invierno. Mis ojos se enturbian del rojo brillante de las luces led de los frenos traseros de los coches. A esta hora circulan menos, la ciudad entra en calma.

Recorto por la cuadrícula de manzanas achaflandas. La pendiente es más pronunciada, el viento cesa. Bajo la calle en contra dirección por el carril bici. Cruzo al otro lado y enfilo el último tramo por la acera. Ningún peatón, sigo montada. Un último semáforo me retiene a penas a treinta metros de mi destino.

Una bicicleta amarilla sale de su carril protector y acelera en un sprint frenético, cruzándose por delante de dos coches que le azuzan como vitorinos en un encierro. Pienso a gritos _¡Pero, donde va ese loco!_. Se precipita hacia mi. Contengo la respiración un instante, veo un golpe de pedal, un giro vertiginoso del manillar, una acrobacia perfecta. Aterriza a mi lado con precisión circense. Me quedo con la boca abierta. Trago saliva, se disuelve mi dispositivo de alerta, me transformo en princesa. Dos desconocidos enfrentados, sobre ambos corceles metálicos. Me escucho alabarte: _¡Has estado increíble!_. Sostengo tu mirada triunfante de ojos brillantes, me detengo en tu pelo rojizo. Me acercas la mejilla y con voz aún jadeante me dices pícaramente: _ ¿Entonces me merezco un beso?_ . Divertida por tu atrevimiento, te lo doy gustosa. Giras la cara y me sorprendes con tus labios. El tiempo se congela. Permanezco estática a tu lado. Te despegas dulce y rápido, yo abro los ojos despacio, mientras te despides diciendo: _¡Había que intentarlo!_.

Sigues tu camino con aire estiloso como un rayo. Tan sólo ha transcurrido un instante, el tiempo de cambiar un semáforo. Al otro lado, el muñequito ahora en verde, me hace sus últimos guiños. Me arranco a cruzar riéndome sola, todavía saboreando el inesperado regalo.

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