La Última Mañana Blanca

La Última Mañana Blanca

Francisco Torres

08/03/2017

Esa mañana fue distinta para Nico, en vez de que su padre acudiera a su llamado para que lo sacara de la cama con barandal, su madre vino a despertarlo cuando el sol aún no entraba a su habitación. Su mamá levantó el barandal de la cama que, a sus tres años, ya le quedaba chica a Nico. La mamá le puso a Nico un pantalón y un suéter sobre su piyama. Después de calzarle los zapatos, ambos corrieron hacia el jardín.

Estando en el quicio de la puerta su mamá le apretó la mano izquierda a Nico – Mira la nieve hijo. ¿Te gusta? –

Los negros ojos de Nico se agrandaron y se quedó callado recorriendo con su mirada toda la extensión del jardín cubierto con el manto blanco. Su mirada se quedó fija por un momento en la silueta de su padre al fondo del jardín. Su padre recogía la manguera que usaban para regar el pasto y platicaba con interés con el hermano mayor de Nico. Nico se acordó de la vez que su padre cambiaba el neumático del auto y que su hermano estaba junto a él ayudándole.

Cuca, la muchacha que vivía con ellos y que ayudaba en las labores domésticas se acercó a la mamá de Nico – ¿Señora, me deja salir a la calle a ver la nieve? –

– Anda ve, pero no tardes mucho. –

– Cuca, llévame contigo – gritó Nico.

– Sí señora, déjeme llevar a Nico, nada más vamos aquí a la esquina. –

– Está bien, pero caminen muy despacio y no pisen la nieve. –

Nico salió a la calle de la mano de Cuca. La carpeta de asfalto estaba toda cubierta por una la fina capa de polvo blanco, se percibía el olor fresco del hielo sobre el piso. El aire frío les acariciaba el rostro. Los pocos autos estacionados a ambos lados de la angosta calle estaban todos pintados del color blanco de la nieve. La calle que usualmente estaba desierta a esa hora del día, en esa mañana nublada estaba llena de niños jugando, igual que la semana anterior, en día de Reyes. Los adultos cubiertos con la ropa invernal que raramente usaban conversaban animadamente en las aceras, sus voces era lo único que se escuchaba.

Nico caminaba por en medio de la calle, con sus pies hacia a un lado la nieve– ¿En tu pueblo hay nieve Cuca? –

Cuca pisaba muy suavemente la nieve – No Nico, ahí nunca cae nieve, hace mucho calor. –

-Aquí sí tenemos mucha nieve. Cuando vayas a tu pueblo le puedes llevar a tus papás. –

Cuca volteó a ver a Nico y se sonrió.

Cuando llegaron a las esquina, había muchos niños que montados en cartones se deslizaban sobre el terraplén del Río Churubusco. A pesar del ruido de los autos que circulaban sobre esta avenida, las risas y gritos de los niños predominaban.

– Cuca, llévame hasta arriba para que yo también me deslice. –

– No Nico, estás muy chico para deslizarte. –

– Entonces súbete tú y deslízate. –

– No Nico, yo ya estoy muy grande para eso. –

Cuca y Nico se quedaron parados viendo a los niños deslizarse y arrojarse nieve. Mientras se escuchaban sus risas, el sol comenzó a salir. Cuando los niños arrojaron una bola de nieve muy cerca de donde se encontraban decidieron regresar. Al caminar hacia la casa, se podía percibir la nieve derritiéndose sobre los autos y los huecos negros en el asfalto donde la gente y los autos habían pasado. Cuando entraron a la casa, la nieve todavía cubría el césped del jardín.

Nico permaneció dentro de su casa, entreteniéndose con sus juguetes mientras su mamá y Cuca se ocupaban de la limpieza de la casa. Dentro de la casa se percibía el olor habitual de detergentes y limpiadores mezclados con el aroma de frijoles cociéndose. En la radio se escuchaban noticias sobre la nevada, intercaladas con boleros cantados por el recientemente fallecido Javier Solís e invitaciones a visitar las cálidas playas de Acapulco.

Poco después del mediodía, cuando Nico descarrilaba su tren de juguete, se escuchó la voz de su madre: “Cuca, ya vete con Nico por las tortillas.”

En la calle solamente quedaban manchones blancos en lugares aislados. Cuando estaban al pie de las escaleras para acceder al ancho camellón, Cuca se detuvo y señaló con la mano – Mira Nico, ahí todavía queda tantita nieve.

Mientras Cuca platicaba con la mujer Mazahua que cada semana vendía frutas a un lado de la escalera, Nico se agachó a coger un poco de nieve – Ya queda muy poquita. – La fría mezcla casi se convirtió en agua cuando Nico apretó su puño.

Cuca dejó de conversar con la mujer y le dijo a Nico – Sí, el sol ya casi la derritió toda –

Se fueron caminando hacia la tortillería, pisando las hojas humedecidas de eucaliptos mientras la mirada de Nico se distraía con los pocos manchones de nieve que aún quedaban. Al regresar a la casa, el césped había recuperado completamente el color verde amarillento.

Un poco más tarde, toda la familia se encontraba reunida en la mesa a la hora de la comida.

El papá de Nico tomó una tortilla de maíz del cesto colocado al centro de la mesa y la comenzó a enrollar- ¿Te gustó la nieve Nico? –

La cara Nico se iluminó – Sí, me gustó mucho –

Su papá le pasó a Nico la tortilla enrollada – Que bueno que te gustó hijo –

Nico tomó la tortilla – Pero ya se acabó. Cuca dice que el sol la deshizo – le dio una mordida a la tortilla. Después de comerla le dijo a su papá – ¿Mañana puedes hacer más nieve? –

Al escucharlo, el papá de Nico colocó en la mesa el tarro con cerveza que estaba a punto de beber.

Desde ese día, no ha vuelto a nevar en la Ciudad de México.

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