Carlitos jugaba alegremente con sus amigos Rodolfo y Mauricio, daban rienda suelta en plena calle a sus fantasías infantiles. Eran valerosos soldados qué portando espadas de madera, luchaban encarnizadamente, doblegando a truanes y villanos qué se interponían en su camino. Su calle era su reino, y lo defendían con gran tesón.

-¡ Malandrín ! – Le decía Mauricio a Carlitos, mientras entrechocaban las rudimentarias espaditas de madera, qué no eran más qué unas varas cortadas del viejo Manzano qué se encontraba al final de la calle, junto a la casa de Gaitán el «Cabrero».

Rodolfo, presenciaba la apoteósica batalla qué disputaban sus amigos, vió pasar tras ellos a la bella señora qué llevaba entre sus brazos un cántaro de agua. Esta le miró, y le sonrió dulcemente, Rodolfo le devolvió la sonrisa, y un agradable escalofrío le recorrió la columna vertebral.

¡ Era tan guapa ! – pensó –

Aurora, la bella hija de Marco Tiziano,se dirigía como todas las mañanas al pozo comunal, para coger agua de este, con la qué poder realizar las labores diarias en su humilde hogar.

Esa mañana se cruzó con los tres niños qué jugaban con palos, y qué vestían

con extraños atuendos. De vez en cuando les veía, y uno de ellos siempre le sonreía tímidamente.

Ella y su padre, llevaban poco más de un año viviendo en este pueblo, su padre, Alfarero de profesión, tuvo que emigrar de Toletum , y buscar cobijo en aquel apartado lugar, forzado por unos desagradables acontecimientos ocurridos en dicha ciudad, y qué ponían en peligro su vida y la de su querida hija.

Llegó al pozo de piedra labrada, arrojó el cubo al fondo de este para sacar de su interior el liquido elemento, con el qué llenó el cántaro, pero antes de marchar de nuevo a su hogar, decidió descansar un rato sentándose sobre la fría piedra del pozo, para disfrutar de aquella preciosa mañana primaveral, plagada de luz, y adornada por el piar de innumerables pajarillos y golondrinas qué anidaban en los arboles y huecos de las casas.

Su ultimo recuerdo fue el sentir cómo el agua llenaba sus frágiles pulmones, y escuchar la voz de su asesino desde lo alto del pozo.

» Marco Tiziano… ¡ Mi venganza está cumplida ! »

El frente se acercaba, la guerra transcurría de forma trágica ensangrentando aquel crudo Invierno de treinta y siete. Andrea, una jovencísima Miliciana anarquista, se encontraba refugiada en la calle.

Ahora, sentada al calor de la hoguera, en esa bonita calle de pueblo, sus ojos se comenzaban a cerrar fruto del cansancio acumulado en su cuerpo, por la larga caminata huyendo del enemigo.

La despertó el sonido de explosiones, los nacionales bombardeaban el pueblo, sus compañeros intentaban huir al interior de las casas, pero todo ocurrió muy deprisa. Al levantarse, Andrea miró en dirección a un viejo pozo, donde lo absurdo se hizo realidad. Un hombre de mediana edad, y vestido con una túnica, agarraba del cuello a una joven mujer arrojándola al interior del pozo.

Sus miradas se entrecruzaron por un instante, antes de qué un obús cayera justo encima del pozo destruyéndolo por completo. Aurora reaccionó poniendose a cubierto en el interior de una vieja casa semiderruida, en un rincón acurrucada, y protegiéndose la cabeza con los brazos, esperó el final.

Hipolito, desayunaba sentado junto a la mesa camilla del acogedor salón en la casa de su tía Felisa. Esta le brindaba la oportunidad de ofrecerle un tranquilo lugar de residencia, donde dar rienda suelta a su profesión, la de famoso escritor de novela histórica.

Ahora estaba sumergido en el desarrollo de una nueva obra, ambientada en el mundo templario de la zona en la qué se encontraba, por ello que la casa de su tía era un magnifico lugar de residencia cerca de los lugares que fueron habitados por el temple.

Muchas tardes, asomado al balcón de su habitación, veía la bonita calle donde ahora residía, y lo que era más importante, desde allí podía ver los restos del antiguo castillo templario, majestuoso aun derruido, y con un halo mágico envuelto por los rayos de Sol al atardecer.

Se imaginaba a los caballeros montados a caballo, cruzando la calle para dirigirse al cobijo del castillo.

– ¡ Copón ! – Exclamó Hipolito, al sobresaltarse por el estridente sonido del teléfono qué se encontraba colgado de la pared frente a el. Dejó la magdalena qué estaba a punto de comer en la mesa, y se acercó al teléfono.

– ¿ Quien es ? – Preguntó.

El qué llamaba era su editor, le preguntaba por el progreso de su novela.

– No se preocupe Don Ramiro, tendrá la obra finalizada dentro de un mes.

Colgó el viejo teléfono, y al girarse para ir a la mesa camilla, la sangre se le heló en las venas. Una persona acurrucada en un rincón de la estancia, y con un fusil junto a ella.

-¡ Ahhhhh ! – Gritó Hipolito. La persona levantó la cabeza, pudo ver qué se trataba de una jovencísima chica de morenos cabellos, que le miraba con cara de pánico. Pasmado por completo, y al cabo de unos segundos, Hipolito se frotó los ojos, y el rincón volvió a estar vacío.

Ya por la noche, cenando con su tía Felisa, se atrevió a contarla lo sucedido.

– ¡ No me extraña nada, sobrino ! – Exclamó la tía sonriendo al sobrino – durante la guerra, esta casa fue casi destruida por completo, hubo muchas muertes en el pueblo. Hay mucha historia en esta calle.

Un mes después, y concluida su obra, Hipolito se asomó por ultima vez al balcón de la casa de su tía para contemplar por ultima vez el Castillo.

– ¡ Malandrín !

Hipolito vio a los hijos de los vecinos jugando alegremente en la bonita calle. Sonrió.

Hoy en día la soledad y el abandono recorre toda la calle, pero a pesar de ello, sus espíritus siguen habitándola.

FIN

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