Vivo en un ático, pequeñito pero muy bien distribuido, luminoso y con vistas a la calle Montera, en el centro de Madrid. Llevo dos meses sin salir a la calle, el primero por cuestiones de trabajo, trabajo a través de la red, es muy cómodo, puedo cerrar un trato en zapatillas y en pijama. Llevo una racha de aúpa, apenas tiempo para reponer energías y dormir un poco. El segundo mes por una gripe de las de cama y sofá, sofá y cama. He abierto las ventanas, un aroma a tierra mojada que invita a respirar se cuela en mi casa y purifica la estancia, las cuatro gotas de lluvia que han caído han regado las plantas que adornan mi ventana, lo estaban pidiendo a gritos. Me asomo al balcón. Qué regalo, después de tanto aislamiento. En la terraza de enfrente una mujer tiende la colada y el olor a ropa limpia y a suavizante se mezcla con la fragancia de mis rosas. También huele a chocolate, justo debajo hay una chocolatería y a estas horas del desayuno no hay ni una mesa libre en la terraza. Se escucha el ronroneo de las conversaciones, algunas risas, un jilguero canta entre rejas, el vendedor de la once ofrece la suerte para hoy. Ahora lo que suena es mi móvil.
-Sí?
-Hola, veo que estás mejor, me alegro
-Perdona, pero…quién eres?
-Soy tu vecino, justo enfrente de tu ventana, nunca me has visto. Yo te veo cada día.
-Mire, no estoy para bromas, yo no le he dado mi número, déjeme en paz o llamo a la policía.
-Tranquila, no pretendo molestar, no busco nada sucio, no soy ningún pervertido, si quieres puedes asomarte a la ventana y hablamos, cara a cara.
No sé si es pánico o rabia lo que siento o tal vez una mezcla de ambas con un regustillo de curiosidad ante un posible voyeur tipo James Stwar en la ventana indiscreta que lleva días observándome mientras yo deambulaba en un estado lamentable y penoso por las cuatro paredes de mi casa. Ahora sí estoy nerviosa, bajo las persianas y corro las cortinas, lástima de la luz que acariciaba la pieza. Mis ojos no tardan en adaptarse a la penumbra y antes de que esto ocurra ya estoy mirando por las rendijas que quedan abiertas en una actitud fisgona, el espionaje siempre me sedujo. Ahí está. Caramba!! No está nada mal, es muy atractivo. Pero….Ufff, madre mía, ahora sale otro hombre al balcón de al lado, valdría para protagonizar Torrente 5, se escupe a los dedos y los pasa por los cuatro mechones de pelo que cubren su cabeza.
Suena el teléfono otra vez, ellos están ahí en el balcón, no pueden estar llamando, descuelgo.
-(no digo nada)
-Hola?
-qué quieres?
-no te has asomado, has bajado la persiana, no tengas miedo, podemos ser amigos?
-cómo tienes mi número?
-me lo diste tú
-explícate
-soy un cliente, justo hace un mes, cerramos una operación mientras estaba en el balcón y dio la casualidad de que te estaba viendo al mismo tiempo, coincidía todo, tus palabras, las llamadas, descolgabas cada vez que yo llamaba, puedes revisar los tratos del mes pasado, Mario Sánchez, del grupo Gransa.
Cuelgo y corro al ordenador. Me tiemblan las manos. Son cientos de tratos los cerrados en ese mes. Insisto, me obligo a ser paciente y me sereno. Por fin, Mario Sánchez. Es cierto. Vuelvo a las rendijas de luz. Los dos tipos siguen ahí, Torrente en camiseta interior de tirantes, el guaperas está fumando un cigarro. Recorro todas las ventanas y balcones con la vista de un hurón. La mayoría de los edificios son hostales o pisos alquilados, casi todos los inquilinos están de paso. Difícil adivinanza. Alguien saluda con la mano, mira hacia mi ventana ¿es a mí? Pues claro, es él. Lleva algo en la mano, hace un gesto como enseñándome el objeto, es un móvil. Salgo? Por qué no? Porque no son formas, resulta sospechoso y despierta desconfianza. Pero parece buen tipo. Abro el balcón, salgo, nos miramos. Sonríe e intenta hablarme pero las palabras se quedan a medio camino, en el balcón de los otros dos tipos, al mío no llegan con nitidez. Vuelve a llamar.
-Te apetece bajar a la calle y damos un paseo?
-Está bien, un paseo corto.
-Ya estoy bajando.
Me adecento un poco, cojo el bolso, las llaves y preguntándome por qué hago esto voy bajando las escaleras. Me quedo en el rellano y antes de abrir la puerta decido observar a través de los cristales, la gente pasa en multitud, rostros y rostros se funden en pasos decididos, seguros y con una trayectoria trazada desde la planificación y la rutina. Y yo en la incertidumbre más absoluta y con un nudo descabellado en mi garganta. Ahora lo veo, mira hacia aquí y espera. Parece nervioso, inquieto, saca un cigarro del paquete y lo enciende. Echa el humo en forma de circulitos, poniendo la boca en forma de o, mientras mete los pulgares en los bolsillos del pantalón, siempre odié esa postura chulesca. Me contengo unos minutos y vuelvo a repensar. Mi instinto me detiene. Ahora salen los otros dos tipos. Se detienen en la puerta junto a él. Les observa suspicaz. El guaperas saca una placa identificativa y Torrente saca dos esposas. Con mucha discreción lo inmovilizan y se lo llevan.
Yo, estupefacta, abro la puerta y salgo a la calle, absorta, atrapada en la imagen. En ese momento el tipo esposado se vuelve, como intuyendo mi presencia, y me guiña un ojo.
A la mañana siguiente, mientras desayuno, su cara aparece en el primer telediario:
Detenido el violador y asesino de la calle Montera.
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