José está sentado en un banco de la placeta, en su pueblo. Los recuerdos le vienen inevitablemente a la mente. Allí nació, creció y pasó su infancia. Claro que entonces era muy diferente a como es ahora. Para empezar, estaba sin asfaltar.
Antes, la plaza estaba llena de negocios, que fueron desapareciendo poco a poco; parecía un centro comercial entre la farmacia, la herrería, la funeraria, la carpintería, la licorería…y, por supuesto, la tienda de su madre y la oficina de correos que llevaba su padre.
Lo único que no ha cambiado es la fuente, coronada con dos farolas en el centro de la plaza, cuando era pequeño no echaba agua y ahora sí.
Entonces se pasaban el día jugando en la calle, cosa que ahora se ha perdido, sus hijos se han criado en la capital y en la época de los móviles y la PlayStation. Pero entonces, ellos jugaban a la rayuela, a las chapas, a las canicas…y al fútbol, con pelota y porterías improvisadas con lo que pillaban.
En una de esas sucedió una anécdota muy divertida: un día el maestro le dio a José una carta para entregársela a su padre. Después de clase, él y sus amigos se fueron a jugar al fútbol a un descampado y dejaron las carteras en el suelo. Un pastor y su rebaño pasaron por allí, con tal mala fortuna, que una de las cabras se puso a rebuscar en las carteras y ¡Se comió la carta del maestro!
El pobre José fue a contárselo entre apurado y asustado, pero cuál fue su sorpresa que al maestro le dio tal ataque de risa cuando se lo contó que no le castigó.
Acordarse de la placeta y de su infancia, le hace inevitablemente acordarse de sus padres, ya fallecidos. Allí, en ese lugar, le enseñaron valores como la humildad y el trabajo duro. Ellos se sacrificaron para que él y sus hermanos pudieran estudiar, para que tuvieran las oportunidades que ellos no habían tenido. Siempre les estará agradecido, por eso, y por todo lo demás.
Sabe que mientras les recuerde, y gran parte de esos recuerdos están allí, en esa plaza, de algún modo, seguirán viviendo.
Pasaron muchas cosas en esa plaza, hicieron muchos amigos, vecinos que vivían puerta con puerta, que iban a comprar a la tienda de su madre. Todos la recuerdan con cariño. Aún los saluda cada vez que los ve por el pueblo.
Pero no solo ha cambiado la plaza, también ha cambiado él. Es importante saber de dónde venimos para saber quiénes somos y adónde vamos, y él, en todo lo que le sucedió después: emigrar a Valencia, estudiar, casarse, tener hijos, nunca se olvidó de dónde venía. Sabe que somos quiénes somos por las cosas que nos han pasado y por las decisiones que hemos tomado. Y la infancia y la adolescencia son las etapas más importantes. Por eso, él está orgulloso de cómo pasó las suyas, por eso no cambiaría nada de entonces, porque le hicieron ser la persona que es hoy.
A pesar de todo, a pesar de las carencias que tenía en aquella época: no tenían agua corriente, y se formaban colas interminables de mujeres con los cantaros en la cabeza detrás de la única fuente del pueblo que funcionaba, la que se encontraba en la parte baja.
A veces, le tocaba a él ir a por agua y subirla por la cuesta con mucho cuidado porque si llegaba a la placeta con una gota de menos…
Luego estaban los inviernos, fríos, crudos, en pantalón corto porque no había más ropa. Pero cuando nevaba, ¡Ah, menuda fiesta! Menudas batallas de bolas de nieve en la placeta y menudos muñecos en la puerta de las casas.
Y menudos veranos, las comadres sacaban una silla a la puerta de la calle, a la fresca y allí estaban de tertulia hasta las tantas y mientras los niños jugando. Toda la plaza estaba despierta
Y hoy, cuarenta años después de haberse marchado del pueblo, vuelve a sentirse como el niño que fue, el que jugaba en aquella plaza. Se levanta, va hacia la fuente y, esta vez sí, bebe. Un chorro de agua, rica y fresca se desliza por su garganta. Bebe hasta saciarse, como un niño. Entonces levanta la vista y mira al que fue su hogar, una vez más.
Pero no todo es nostalgia, no todo es recrearse en el pasado. Toca estar en el presente y toca mirar hacia el futuro. Hacía la siguiente generación, la que ha jugado en los veranos en la misma plaza que él, ya asfaltada y sin ningún negocio a la vista.
Ellos ocupan ahora su tiempo y su mente.
Su hijo le ha pedido que le cuente cosas de la calle dónde nació para un relato.
Mira por donde, le ha venido bien, necesitaba pararse un rato y estar consigo mismo y con sus recuerdos, necesitaba hacer balance. Necesitaba mirar dentro de sí mismo, a ver que había, y resulta que han salido más cosas de las que esperaba.
Lo último que piensa antes de marcharse de allí es que quizá ahora sea el momento de transmitir su historia a la siguiente generación, para que yo pueda contarla.
Plaza de la Farmacia-Camporrobles.
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