¡VIDA, CÓMO TE EXTRAÑO..!

¡VIDA, CÓMO TE EXTRAÑO..!

ALICIA

22/01/2017

En el Gran Buenos Aires existe un barrio llamado Florida. Allí transcurrió mi primera niñez, y el tramo de la calle General Güemes, donde vivíamos, se prestaba para satisfacer todas mis fantasías.

Las horas de la siesta en las que el vecindario se encontraba envuelto por el letargo, eran las ideales. Y especialmente en la plenitud del verano.

Los mayores necesitaban silencio y mis amigos y yo no podíamos quedarnos quietos. Demasiadas ganas de jugar ante tanto espacio para correr. Tanta libertad.

Pero la algarabía cesaba al escuchar algún chistido de vecino que no podía dormir. Luego de jugar a lo acostumbrado con el grupo de entonces, nada se comparaba con la felicidad que proporcionaban las veredas con sombra, cuando se convertían en camas donde yacíamos para contemplar el mundo desde nuestra óptica infantil.

Las copas de los árboles se mecían contra el cielo, y se acariciaban entre ellas. Era un espectáculo privado, íntimo y secreto. Yo sentía que las frondas de los paraísos me hamacaban entre sus fuertes ramas hasta adormecerme… ¡Ah, si los árboles supieran cuánto los amé y los amo..! Álamos, paraísos, fresnos, higueras, naranjos, ciruelos…. Tantos.

Descubrir figuras, formas, en sus ramajes de diferentes verdes, era uno de mis juegos favoritos y frecuentes.

Un hábito que practico hasta el presente, cuando observo los contornos de los árboles….

El tiempo pasó, y en mi historia de vida muchas cosas han cambiado. La calle de mi infancia ha quedado en el pasado. La niña de ayer, hoy se encuentra cuidando a su madre muy anciana, muy enferma y de edad avanzada, si es que sus noventa y ocho años son un avance o un regalo del cielo….

Nada es grato en estos días. Nada para destacar. Todo para desmantelar, ordenar y descartar. Sólo pensar y esperar. Y mirar a través de la ventana por si es tarde o noche, por si hay sol o por si llueve.

A veces me esfuerzo para poder ver las cosas de la manera que más le conviene a mi espíritu, según como sople la brisa sobre la vela de mi embarcación. Y puede que éste sea el caso.

Tal vez ahora yo esté viendo lo que quisiera ver. Pero en realidad, se trata de la vista que permite la ventana de la cocina de mi madre: la parte superior de la copa de un enorme y lejano árbol, un paraíso cubierto de hojas verdes salpicado de pintura otoñal, que se yergue como a una cuadra de distancia. Tan parecido al que solía mecerme entre sus ramas.

Con reminiscencias confesas de la tapa del libro El Principito, puedo asegurar que veo un par de caballos galopando hacia el sur, bajando por el borde de una colina. El fenómeno cobra mayor dramatismo si hay viento. Parecen caballos ensillados, sin jinetes, con sus crines en movimiento. Uno detrás del otro. Y detrás de ellos, corriendo a la misma velocidad, mi fantasía. Mi necesaria y terapéutica fantasía.

Sueño que el par de caballos es portador de noticias, y que en raudo galope por las calles del barrio, las llevan a destino. No sé a quién preguntar el porqué de tanta urgencia, pero si busco en la fuente de mi imaginación, tendré la respuesta que deseo.

Mientras velo la siesta de mi madre miro galopar a estos caballos míos y de nadie.

Puede que lleven retazos de mi alma, porque sería la única parte de mi cuerpo tan liviana como para ser transportada en sus alforjas de hojas verdes.

Retazos que llevan inscriptas las palabras de una vieja carta que encontré hace un momento, en el cajón del escritorio de esta silenciosa casa.

Una carta de mi madre dirigida a mi padre, remitida desde aquella misma calle General Güemes 2848, fechada un 14 de octubre de 1963, y cuya primera oración dice …“¡Vida, cómo te extraño..!”

Fin

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