Mamá Gilberta prepara su guiso de cerdo y verduras para comer al mediodía, como cada lunes desde hace treinta años. Empieza bien pronto el ritual del aderezo, apenas entra el primer rayo de luz por la pequeña ventana que alumbra su habitación.
Mamá Gilberta es una mujer de costumbres. Su rutina le permite deshacerse del vaivén angustioso de no saber cómo organizar el tiempo. Se siente orgullosa de su calendario. A veces espía desde el visillo de la puerta y se jacta del estruendo disuelto que originan sus vecinos: ¡Carlos! ¡Otra vez se te va el bus! ¿No puedes ir más despacio, cazurrio?.
A Mamá Gilberta nunca la dominan las prisas. Ahora ya tiene sus años, su casa está vacía de disputas y griteríos, pero antes, antes sí que sabía apañárselas. Mamá se mira en el espejo y sus ojos, ya apagados y hundidos, le devuelven el recuerdo de una época precedente. Después inspecciona sus manos: huesudas, callosas y algo deformes, cuentan la historia de alguien que se ha dedicado poco tiempo a sí misma, en favor de los demás. Echa un vistazo a la sala de estar. Cautivada por sus memorias, la estancia ofrece un color distinto al actual. Olores y voces hacen una alusión al pasado. Allí había una mesita con fotos de Ernesto y Susana, y los niños. Y en aquella esquina un gran sofá, y una lámpara de araña.
Sin saber como, se le ha hecho tarde. Gilberta mira el reloj angustiada, y despierta de su reminiscencia. ¡Las once ya!¡El tiempo no perdona! .
Cogiendo la bolsa del pan, da un portazo y hunde su dedo en el botón del ascensor. En la calle no hay mucho movimiento, los niños están en la escuela y los padres han ido a trabajar. Solo los ancianos, situados en los bancos a lo largo de la avenida, asienten y suspiran, conspiran y comentan, critican y sonríen a medida que pasa Gilberta. A paso rápido, procura reducir al mínimo los posibles encuentros y dobla la esquina por el callejón Manzano. En realidad, el pasaje se llama Calle del General Fausto pero todos lo llaman Manzano por el bar de Paquito, que queda justo en medio de la vía. ¡Qué tarde!, insiste, y acelera la caminata con la mirada fija en el suelo.
Deja atrás el parque, la plaza Calisto y Melibea y la frutería de la Loli. Normalmente se pasa a echar un vistazo, palpando aguacates y manzanas, comentando lo caro que está todo. Pero hoy no puede perder un minuto. El guiso tiene que estar perfecto para cuando llegue la familia.
Por fin llega a la panadería, y aunque hay algo de cola Mamá entra con decisión e interrumpe a Charito con un corto saludo y le sonríe por una barra de un cuarto. Charito la antiende rápido, y a pesar de las quejas de los demás clientes Mamá Gilberta sale de la tienda tan rápido como entra. Es que está mayor, y me da no se qué hacerla esperar, ¿saben?.
Ya de vuelta a casa, tantea las llaves y prepara su entrada al edificio. Al salir, con las prisas, no se ha percatado de una pintada que hay justo en el pavimento. Se pueden leer varios nombres y dibujos marcados con tiza. Algún niño malcriado lo ha puesto todo perdido…. Pero su mal humor se despeja gracias al aroma que inunda toda la vivienda. El guiso está a punto y le sobra tiempo para partir el pan y poner la mesa.
Como tiene visita, saca la vajilla especial, que conserva desde su boda, y dispone lo necesario para un buen festín. Hay aceitunas negras, patatas chips y unas anchoas muy buenas que le ha traído del pueblo La Mari del quinto B.
Quedando satisfecha con el resultado, se sienta en su butaca y espera con impaciencia. Mira el reloj. Todavía es temprano pero seguro estarán al caer. Susanita y Ernesto siempre tardan más de la cuenta, con los niños corriendo y haciendo trastadas allá donde van. Ya ha pasado un rato, y abriendo un ojo Mamá Gilberta se da cuenta de que se ha quedado dormida. A veces le pasa, sobre todo a medida que se va haciendo mayor. Vuelve a mirar el reloj. Las tres y cuarto. Es extraño que no estén aquí. Tampoco han llamado..
Justo en ese instante, se oye el primer ring del teléfono. Gilberta se pone sus gafas de cerca, y apretando varios botones con torpeza consigue descolgar. Mamá, oye que vamos mal de tiempo, y la peque no se encuentra muy bien. Dice que le duele la barriga. ¿Cómo? Sí, ya le hemos dado un poco pero dice que le sigue doliendo. Ya nos vemos otro día mejor ¿Eh?.
Después solo se escucha un pitido. Ya no hay nadie al otro lado de la línea. Gilberta se quita las gafas despacio y se sienta delante de la mesa. Ya ni siquiera tiene apetito, pero se pone una aceituna en la boca para quitarse el sabor a amargura. En Antena Tres dan La ruleta de la suerte, están emitiendo el momento de los premios. El concursante va acelerado, y al final no gana el auto. Ahora ponen anuncios. Gilberta escupe el hueso de la oliva y desmenuza un poco de pan, y el sonido de los comerciales se va entretejiendo con su lento masticar.
OPINIONES Y COMENTARIOS