El IMAN

CARLOS REYES

Allí era el lugar indicado de encuentro del mocha, del tanòn, de los pintos, del aroma, del circunvalación, del subibaja, del pollo, del lencho, de los llantas bajas, del chato, de todos los que vivíamos en la calle que entre esquina se ubicaba la tienda abarrotes el imán.

Cerrar la calle para jugar béisbol, hacer carreras de tiempo alrededor de una manzana y llegar a la meta de la misma calle en que partimos.

Una finca llena de distintos árboles, como el motè, el capulín, el cacao, monte, bejucos, bichos, pájaros, gallinas, mariposas, libélulas, cucayos. Todo ello le daba vida a aquel lugar de fantasía selvática, como sus propios chamacos, muchachos y jóvenes salvajes que participábamos de aquel lugar tomándolo como parque o plaza que aun costado de la calle se encontraba.

En ese lugar, ya sea de día o de tarde-noche, se jugaba a los pistoleros, a las escondidas, al encantado, al tarzàn, a las luchas, a las cuevas. Todos teníamos en un secreto de aquel lugar.

Otros juegos en la calle era la burra tamalera agarrado de un poste, o el cinturón escondido, o la pelota caliente (que consistía en que la pelota callera en una poza), y todos salíamos corriendo y el dueño del pozo corría a lanzarla contra el primero más cercano. También, el juego del avión o el cabezón, el juego del vecino-vecino, el juego de pájaros azules, a la víbora de la mar.

Sí, allí era la reunión de la calle de la tienda abarrotes el imán, no faltaba alguien quien gritara como tarzàn y reunirse a jugar.

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