EL QUIJOTE DE BELL VILLE
Camino cuatro cuadras hacia el oeste de mi casa, en la esquina del Boulevard descansa el supermercado chino, cruzando en diagonal la otra esquina. Su esquina. Allí vive ella. Su nombre, María Rivas.
Su casa (en bastante mal estado) aún conserva sus paredes pintadas de blanco y rosa, aunque quién sabe qué misteriosa mano ha dejado grabadas en ella con un azulado fibrón, mensajes y garabatos dedicados a la Reina Isabel de Castilla, a los Emiratos Árabes y otros reinados de Europa, mencionando su nombre; “María Rivas” ,como formando parte de un árbol genealógico.
Es algo cotidiano, ya no llama la atención, la misma gente que antes se detenía a mirarla o reírse de ella ya no lo hace, ahora pasa a su lado ignorándola, se ha acostumbrado a verla allí, parada en su esquina con un cuaderno en la mano hablando sola, acariciando el viento y susurrándole a las estrellas.
Cuando los primeros rayos de sol comienzan a desperezarse acariciando las calles y aceras o bien cuando esos mismos rayos ya agotados por el trajinar del día comienzan a decaer acurrucándose en el horizonte, se la ve a María con su jogging canela y su suéter gastado, agitando sus manos mientras observa no sé qué cosas en el espacio infinito.
María. María Rivas-Escalante reza su pared. Llegada de España con su familia escapando de la hambruna y la miseria como tantos inmigrantes por allá en 1930. Estableciéndose en Bell Ville , apostando a la suerte y al futuro de miles de sueños. Trabajarían la tierra como solo personas muy sufridas saben hacerlo, lograrían algún día con el esfuerzo cotidiano poner pan en la mesa de sus hijos bendiciendo la solidaridad americana.
Así creció María y sus hermanos. Con el tiempo el esfuerzo tuvo sus resultados y se convirtieron en dueños de casi lo que sería en la actualidad cuatro manzanas de tierras de la próspera Bell Ville.
María y su hermana Gabriela estudiaron profesorados, ella de Historia y su hermana de inglés. Lamentablemente el varón de la familia tenía una pequeña discapacidad y debió conformarse con sobrevivir bajo el amparo de sus padres y hermanas.
María se convirtió en una excelente profesora de Historia haciendo eco de las narraciones que le contaba su abuela y luego su madre sobre su travesía para llegar a América.
Cuando los aromos del patio dejaron de florecer como un presagio temporal llevándose la vida de sus padres solo quedó ella y su hermano. Gabriela hacía un tiempo se había casado y marchado del hogar.
Eran tiempos difíciles donde la demagogia económica y social avanzaban sobre aquellos inmigrantes que no tenían sus papeles en regla y cuyas tierras no estaban perfectamente legalizadas aunque hiciera toda una vida que las trabajaban. Un día cualquiera apareció un abogado con cara de “ yo no fui” mostrando documentos que declaraban que sus tierras ya no les pertenecían por no haber abonado a tiempo uno que otro impuesto, que ahora pertenecían al fisco y serían puestas en venta.
De un día para otro les arrancaban la mitad del sueño americano para dejarle solo por lástima la casita de la vieja esquina donde se le permitiría vivir a ella y a su hermano hasta el día de su muerte.
María y la soledad. María y la desprotección social. María y su cuaderno de historias. Fue jubilada anticipadamente pues no se la consideraba apta para dictar clases dadas las raras historias que compartía con sus alumnos.
Su hermano para sobrevivir vendía turrones de una fábrica local, actividad que desarrolló hasta que un día un conductor alcoholizado decidió poner fin a su existencia sin siquiera saber si era un perro o un ser humano lo que dejaba abandonado a orillas del camino.
Por supuesto no había quien reclamara justicia. María solo se limitó a cubrir su cuerpo con tierra y arrojar unas flores de aromo a su último compañero de aventuras.
Los aromos se marchitaron viendo como sus tierras eran edificadas con nuevos dueños quedando ellos cada vez más escondidos y apretujados en esa pequeña esquina.
Desde entonces se la comenzó a ver a María parada en la esquina reclamándole al cielo un futuro que se había perdido, un sueño arrebatado a su realidad o un sueño creado por su loca soledad.
Un día me acerqué lo suficiente como para escuchar lo que decía: “La Reina Isabel me espera en la sala del trono, ayer mismo me comunicó que pronto juzgará y ejecutará a los conspiradores de la muerte de mis padres, los Duques Rivas-Escalante, quienes han sido leales súbditos de su Majestad.
Yo solo les recuerdo cada noche a los satélites que me espían, mi árbol genealógico, les aclaro que como descendiente de sangre noble prometo que pronto les llevaré la justicia en forma de rayo fulminando sus cabezas. Sé que los satélites espían mis movimientos para transferirlos luego a mis enemigos cuyo objetivo es eliminar al último descendiente de la dinastía Rivas-Escalante.
Por eso, Oh! Reina de Castilla y Oregón, algún día volveré navegando las frías aguas del océano, trepando riscos, escalando montañas y allí estaré blandiendo la fría espada del verdugo e izando el estandarte de los Rivas-Escalante.
Otra vez ondeará mi bandera con sus cerezos en flor, sus torres acariciando el cielo con las letras R_E bordadas en puro oro”.
Ahora entiendo a María, los viejos cuentos de la abuela y las historias de sus libros han hecho nido en su cabeza confundiéndose en su soledad una mezcla de hechos reales, históricos y ficticios.
Tanta soledad, tantos misterios, tantas historias, tantas mentiras y tantas verdades han creado una quijotesca verdad que llena un vacío vivencial.
Y allí está escribiendo en su atestado cuaderno la lista negra que será sometida al juicio eterno del Reino de Castilla.
Adiós María, tal vez algún día algún poeta cuente tu historia o algún artista te mencione en una canción como lo que eres, el Quijote de Bell Ville.
Sonia Martinez
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