Último duelo

– Vida, despierta. Venga, abre los ojos y contempla la tierra, pausada y luminosa, parece que no hubiese nadie hoy allí abajo.
– Mamá, ¿dónde estamos? Estaba soñando que comía fruta madura, pero sabía diferente.
Amore, dejarás de soñar con fruta, dejarás de sentir las manos, mi niño lindo, dejarás de estar para ser, muy pronto. Pero hoy toca recordar lo que pasó. Nos lo han pedido, para que nuestro amor se transforme e irradie y llegue y sirva.

Serían las diez de la noche o de la mañana, da igual, era un día como todos, y terminó como ninguno.
Estando tranquilos se oyó la puerta y entró su hedor arrastrando todo lo bello que teníamos. Entró deshaciendo las caricias y empañándolo todo con su rabia y desaliento.
Y no tuvimos tiempo para pensar en nada, no pudimos hacer nada diferente a lo que hicimos, no hubo ningún momento en el que dudase de que ése iba a ser el último día así.
Esa cara, esos ojos, hablaban del mal que traía, clavados, muertos, nos avisaban de todo lo temible que había en él.
Si era su culpa o no, no importaba.
Se repitieron en mi cabeza como galopando en un rayo infinito, todas las crueldades, todas las palizas, todo el dolor, la sangre y la mezquindad humana. Antes de que le viese a él, a mi niño del alma, le envolví en mis brazos que eran como dos escudos de plata. Salimos a la terraza y atasqué la puerta.
Me miraba mi hijo aceptando su destino. Yo no le hablé, pero entendió.

Le susurré adentro, muy dentro hasta lo más profundo y básico, le apacigüé el pensamiento y le dejé creer.
– Tranquilo mi rey, hoy todo se acaba aquí y empieza un nuevo mañana para siempre.

Me abrazó fuerte en el cuello, como el monito al árbol que le da cobijo, y me besó en los labios. El amor nuestro en tan fuerte que todo lo disuelve.
Y volamos, directos a la calma, directos al sol, sin miedo ni llanto, flotando entre nuestros recuerdos felices y arropados por la luz nuestra, un aliento luminoso que se nos salía por la boca como un torrente.
Y olvidamos de repente su nombre, su olor maldito, su trato inhumano, y nos desprendimos del terror y la agonía para ser sólo mi niño y yo, unidos por el hilo rojo que permanece por siempre invisible a los demás y cubiertos por la sinrazón del amor más puro.

Y ya no supimos más, ni queremos saber.

Ahora estamos aquí, ni dormidos ni despiertos, mirando la tierra desde algún lugar que no es un sitio, en algún momento que no es de tiempo.

Nuestros rostros se confunden con el manto negro del espacio y nuestras voces, ahora que no suenan, circulan a la velocidad del rayo.

Si había otra opción, nadie me enseñó a verla, si alguien juzga, que cumpla su condena.

– Mamá, ¿cómo me llamaba yo?

– Te llamas Arjan, mi amor, pero ya podrás cambiar de nombre cada mañana, y no serás solo un niño sino todos a la vez.

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