¿Dígame qué espera para aportar a su comunidad? ¿A su país?

Le increpó desde la ventana de su lujoso automóvil un prepotente hombre a un joven que pasaba de auto en auto agitado pero sonriente con su sombrero en mano solicitando una colaboración monetaria luego de haber ofrecido unas simpáticas piruetas acrobáticas en la pista mientras el semáforo se mantenía en rojo.

El joven acróbata al oír el colérico reclamo sin dudarlo le echó todos los centavos que había recabado hasta ese momento.

¡Buen viaje!

Le gritó, yendo al auto siguiente.

El hombre quiso bajarse de inmediato, sintiéndose insultado, pero la luz del semáforo que ya cambiaba a verde se lo impidió.

Enfurecido intentó estacionarse al borde de la pista e ir en busca de aquél atrevido. Pero el infernal tráfico obstaculizaba sus sulfurados deseos.

¿Pero qué se a creído ese vago? ¡Tirarme a mí! ¡Estos sucios centavos!

Exclamaba enardecido mientras los observaba esparcidos dentro de su lujoso automóvil. Al llegar a su empresa se encerró en su oficina sin saludar a nadie. Impasible, se paró frente a los grandes ventanales de su cómoda y amplia oficina mirando fijamente la imponente vista de la ciudad preguntándose por dónde estaría ese atrevido mozalbete. No podía quitar de su mente el instante en que le derramó sus centavos, más, lo que realmente lo exasperaba era el no poder comprender porqué lo hizo. Más aún, viniendo de alguien que por donde se le viese delataba su pobreza y menesterosidad.

Encima de vago, estúpido…

Pensó. Jalando con fuerza las cuerdas de las cortinas para no ver la ciudad.

Al día siguiente abordó un taxi para dirigirse a su empresa. Obligó al chofer que conocía una ruta menos congestionada a ir por la calle en la que tuvo el incidente con el joven acróbata. Miró de palmo a palmo toda la calle de izquierda a derecha de atrás hacía adelante pero ni rastros de él, abrigaba la esperanza de encontrarlo y tirarle en la cara los centavos que guardó con recelo y rencor con ese fin. Ofuscado salió de improviso del taxi al divisar un kiosko de periódicos en la acera del frente. Corrió como un loco entre los autos que frenaban peligrosamente para no atropellarlo al aparecerse intempestivamente enfrente de ellos, a lo lejos, se oía al taxista lanzarle improperios por haberse bajado tan temerariamente dejando la puerta abierta y sin pagarle.

Extenuado se apoyó en el kiosko ante la molesta mirada de su dueño.

Oiga, ¿conoce al vago que da saltos en la pista a cambio de limosnas? ¿ Sabe dónde lo puedo encontrar?

El semblante del periodiquero cambió echándose a reír.

La calle es de todos. Si tu quieres hacerlo, hazlo nomás. Ja, Ja, Ja…

¿¡Yo!? ¿Con quién cree que está hablando? ¡Igualado!

¡Ya lárgate viejo loco!

Lo empujó entre sonoras carcajadas. Botándolo de su kiosko.

Meses después, el amargado y altanero hombre seguía mirando obsesiva y pormenorizadamente cada calle cada avenida cada esquina cada pista por la que pasaba en su lujoso automóvil. Esperando cruzarse otra vez con el joven acróbata.

¿Por qué me tiró sus centavos? ¿Por qué lo hizo?

Seguía preguntándose desde el día en que se los echó encima. Los llevaba siempre consigo como un estigmatizado amuleto.

Al parecer el joven acróbata no sólo se los esparció dentro de su lujoso automóvil también se los incrustó en su menesteroso interior.

Fin.

Av. Paseo de la República, Lima, Perú.

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