Lo uno y lo múltiple
Por Mónica Virasoro
Un crucero, a bordo unas veintisiete personas entre brasileros y argentinos: andaba surcando islas del sur de Chile, llevábamos 16 días recorriendo rincones de insospechada belleza; la pasábamos bien, se habían armado grupos amigos, todo era cordialidad. El día 17 viró la suerte, comenzó nuestra mala luna, luna menguante, miserable, completa oscuridad. Los pasajeros dormíamos o estábamos a la espera de… Muy pocos permanecían en cubierta redondeando las despedidas. Entonces se desató una tormenta, nos asustamos.No era para menos, al rato sentimos un golpe, nada ni nadie quedó en su lugar, todos salimos un poco magullados. Fue noche de terror, empezamos a preguntarnos por el capitán, todos temíamos lo peor, pero estábamos paralizados . no atinábamos a nada. Finalmente aparece, pálido, fantasmal, habla con voz irreconocible.“Hay que abandonar el barco, hemos encallado, muchos daños.., imposible permanecer a bordo.
Era noche cerrada, dirigí mi mirada a ese pedazo de tierra indicado como nuestro destino, desde mi punto de vista, noche cerrada y luna menguante, era un islote desierto en medio del océano, ni una mínima luz de vela decía de la presencia de humanos. Varios preguntaron “¿dónde estamos?” El capitán, imperturbable y mudo, no respondía, al fin con voz de tumba “No s锿Y cómo hemos venido a parar aquí habiendo tantas islas bien pobladas,? preguntó el vecino del 22, todavía con expectativas de comprender, y encajar en alguna lógica. No hubo respuesta, sólo la voz de mando repitiendo. “Hay que abandonar el barco”. Todos nos miramos con mezcla de interrogación y desolación. El barco no parecía estar tan mal y la noche de lobos no invitaba a pasarla en la intemperie.Nadie se movió, algunos intentamos indagar motivos. “¿Qué ocurrió, cuál es el problema, no es posible permanecer en los camarotes? afuera podemos morir de frío”. “No es posible” fue la única respuesta. “Hay que dejarel barco,”. Nos dimos cuenta de la inutilidad de insistir; uno tras otro enfilamos a nuestros camarotes en busca de abrigos. Pero ahí nuevamente. “¿Adonde van? No pueden entrar a los camarotes. El del 22 hizo ademán de discutir pero al ver la mirada fulminante del capitán se quedó con la boca abierta a medio camino Mientras tanto éste dispuso una escalera para el descenso y entregó a los más jóvenes dos carpas para que las armaran ni bien llegaran a tierra. El armado llevó una hora larga durante la cual tuvimos oportunidad de enfriarnos y resfriarnos. Ya tarde nos tiró unas mantas que mucho no hicieron por revertir la situación. La noche transcurrió terrible, apenas dormimos y de lo poco que pudimos, despertamos al alba. El día amaneció sereno, el sol por detrás de la única montaña, pero nosotros bullíamos de inquietud. El capitán no había bajado del barco desde donde impartía órdenes y de vez en cuando arrojaba la materia prima para cumplirlas. Muy temprano nos mandó panes, café, mate para prepararnos desayuno; más tarde cañas de pescar para que nos procuráramos el almuerzo. Por tanto pescamos, cocinamos, comimos, pasaron los días y siempre pescado, era el olor único que nos penetraba e impregnaba, olor a mar, gusto a mar, sensación de mar, visión de mar. Seis días en ese plan de incertidumbre y régimen cuasi militar; los que no se percataron de ello fueron las dos parejas de recién casados que burlando la vigilancia del capitán aprovechaban las salidas pesqueras del rebaño para refugiarse en las carpas a hacer el amor, ellos parecían ajenos a nuestras desventuras, ellos sabían encontrar la forma de disfrutar. Al séptimo día, el mismo en que Dios descansó, algunos comenzamos a despertar. El del 22 convocó a asambleaa las tres de la tarde en la carpa blanca, justo al finalizar el almuerzo y las tareas de limpieza. A esa altura de la historia después de seis días de régimen militar cumpliendo órdenes en completa ignorancia de lo que estaba ocurriendo, todos sospechábamos que estábamos a merced de un loco perdido en algún túnel de tiempo, Rouco el del 22, que hasta entonces se había mostrado como el menos encandilado por lo extraño de los sucesos que nos envolvían,acaso desde otro túnel del tiempo, proclamó“Independencia”-todos lo miraron fijo sin saber todavía que opinar, como reaccionar -“tenemos que deshacernos del loco.” Y entonces todos sí ovacionaron, aclamando.
– ¡Independencia! -gritaron al unísono-¿ y cómo lo haremos?”
-Tomaremos el barco, los controles, trataremos de comunicarnos con prefectura, pediremos que nos rescaten.
-¡Bien, bien vamos ya!, tomemos el barco dijeron unos cuantos.
– No, calma, calma, tenemos que pensar los detalles no podemos fallar, pensemos sobre el mejor uso de nuestras habilidades, pensemos qué puede cada uno aportar y reunámonos esta misma tarde a las siete.
Todos estuvimos de acuerdo, había caras que si no de felicidad, bastante se le parecía, al menos caras de alivio, algo se había relajado.Acordado el encuentro cada uno enrumbó para sus preferencias: varios aprovecharon para organizar los últimos paseos por la isla, visitas a algunos parajes recomendados, caminatas para la recolección de frutos exóticos; sin duda algunos encantos se habían hallado en medio de los infortunios. Los que en cambio nos quedamos por ahí comenzamos a ver movimientos y cuchicheos: en poco más de una hora ya se había organizado otra asamblea, ahora en la carpa azul. El brasilero del 15 estaba en la organización. “hay que desconfiar de Rouco -dijo- ya se ha visto que en varias ocasiones repartió mal las raciones de pescado, o se quedó con más de lo que le correspondía”. Él prometía mayor equidad. Allí quedó un grupo numeroso debatiendo intereses. La asamblea de las siete no se pudo realizar, ya todos estaban opinando parcialidades y subdividiendo el problema infinitamente. Los días pasaron provocando nuevas divisiones y reagrupamientos sin fin; mientras tanto el fantasma del… -digo- elcapitán siguió por meses vigilandoy ordenando,desde lejos, sin bajar del barco, casi sin palabras, sin preocuparse tampoco de la razones o los motivos.
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