Todavía lo imagino, deambulando por su casa en medio de la nada. Puedo escucharlo con total claridad, su voz agitada al igual que sus gestos, su andar presuroso y su mirada al cielo. Puedo verlo saltando de un lado al otro, porque el piso es ahora un abismo, lava, hielo, una trampa mortal o porque está lleno de monstruos a los que debe esquivar ¿Qué será de Faus y sus imaginarios? Siempre me pareció absurdo que la comunidad de Poloatierra lo exiliara por el simple hecho de andar con su mente por las nubes. Por supuesto, sus desvaríos causaron uno que otro problema entre la población de aquél retirado lugar, en más de una ocasión, pero, desde mi humilde opinión, no eran más que nimiedades. Claro está que lo que para uno puede resultar una nimiedad siempre podrá ser para otro “¡una nimiedad!”. De todos modos, la medida del exilio nunca resultó eficaz, supongo que nada habrá cambiado hoy en día. A pesar de que lo llevaron vendado a esa choza escondida entre las montañas, Faus siempre se las arreglaba para aparecerse de nuevo en el pueblo vociferando sus fantasías. Tantas fueron, que ya no estoy seguro si es recuerdo o ilusión aquel día en que del bajó del monte corriendo a toda velocidad con dirección a la plaza principal, porque, según él, estaba en la recta final de la competencia mundial de maratonistas. Los pobres transeúntes que se cruzaron por su camino recibieron de su parte una bofetada o un golpe en la nuca, pues para Faus –según relató después— estos eran sus seguidores, quienes extendían sus manos para chocarlas con las suyas y así incentivarlo a finalizar la carrera. Alguien me dijo que incluso llegó a afirmar, en medio de su vana-gloria: “mi desempeño en la competencia fue tan sobresaliente, que todavía hoy no he visto llegar a los otros competidores”.

Al parecer en otra ocasión se apareció con un candil en la obscuridad de la noche para preguntar en cada casa, en la que los habitantes ya dormían, si alguien había visto alguna vez a un hombre. Durante aquella época, me contaron, se paseaba por las calles desnudo o con una simple toga. En la plaza, ante las miradas perplejas de los poloaterrenses, improvisó toda una apología, en la cual se defendía de las supuestas acusaciones de un tal «Meleto» al que nadie parecía conocer. Días después de este extraño espectáculo lo vieron corriendo monte arriba mientras afirmaba que ese pueblo poco o nada le había dado y que se negaba rotundamente a morir por beber cicuta.

Según me contó uno de los hombres más ancianos de Poloatierra, los imaginarios de Faus comenzaron con sus discursos sobre la reencarnación. La gente al principio simplemente se reía porque cada día pedía que lo llamaran por un nombre diferente, a veces decía ser “indio” y aseguraba conocer el secreto para la trascendencia; otras veces se hacía pasar por matemático y proclamaba a diestra y siniestra haber escuchado la música de las esferas. Pero esto no era todo, cuando, por error, alguien cometía el disparate de preguntarle qué fecha era, se percataba de inmediato de que las alucinaciones parecían también llevar a Faus a viajar en el tiempo. Mientras un martes hablaba de cómo «Nerón» le obligaría a quitarse la vida, al siguiente decía que tenía que pintar la Capilla Sixtina. Pasaba de ser descubridor y conquistador de, lo que el llamaba, las Américas, a cavar grandes zanjas en las vías y, con una escoba, disparar a quien se acercara, catalogando a los transeúntes de “nazis”, “franquistas” o “bolcheviques”.

De hecho, cuando visité su morada encontré en ella innumerables textos, al parecer tratados, escritos en lenguas incomprensibles. Al preguntarle de qué se trataba me dijo que eran registros históricos de diferentes civilizaciones ya desaparecidas. Había en sus textos también incontables análisis sobre cada uno de los idiomas que en algún momento se le habían ocurrido. Según estos textos, varios de aquellos provenían de la misma familia lingüística y todos componían sus oraciones bajo una combinación de sujeto, verbo, objeto; a pesar de que no siempre sucedía en ese orden. Unos tenían declinaciones y casos, mientras otros cuantos reemplazaban estos sistemas por diferentes preposiciones. Por otro lado, de otras familias surgían lenguas que contaban con silabarios, en vez de utilizar abecedarios; además de unas cuantas que se expresaban por medio de jeroglíficos o cánticos. Había también, arrumados junto a las paredes, muchos libros de novelas, cuentos, epopeyas, poemas y hasta biografías de personajes pertenecientes a cada uno de estos fantásticos lugares. Había construido, o por lo menos esbozado en papeles, máquinas, para facilitarle la vida; e instrumentos musicales, para expresar sus emociones. Poseía una enorme colección de pinturas, esculturas y otros tipos de obras de arte, con estilos diversos y de diferentes periodos. Fue ahí que comprendí que su locura no había iniciado, como le lo indicó el anciano, con sus discursos públicos, sino con sus escritos privados. Los más antiguos se remontaban a su primer día, y se trataba de dibujos de animales que hizo en paredes de cavernas aledañas a Poloatierra. Imágenes que, al parecer, hacían referencia a figuras que inventaba al mirar las estrellas en el cielo.

Mentiría si dijera que realmente hablé con Faus, lo único que pude hacer mientras lo acompañé fue escuchar sus fascinantes relatos y seguir sus mímicas. Sólo cuando se percataba de mi existencia, me explicaba sobre los diferentes mundos que había construido. Pero no era Faus quien me hablaba, sino que cada día era un personaje diferente. Los temas que manejaban estas figuras eran muy variados, desde los principios universales, hasta la razón y los sentimientos humanos. Antes de regresar de esta curiosa aventura quise saber de que se trataría su siguiente creación, a lo que este me contestó que ya estaba imaginando la vida de un escritor desconocido, un viajero que llegó a conocer a un hombre estulto llamado Faus, inventor de mundos, en medio de sus delirios.

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