¿El mundo es… o yo? – se preguntó Juan. – ¿Seré yo una porquería de persona?

El mundo fue y será una porquería, ya lo sé

En el quinientos seis y en el dos mil también…


¿Estaba en lo cierto la letra de la canción?

La duda lo carcomía. No sabía que decisión tomar. Hacía ya un buen rato que daba vueltas al asunto en su cabeza sin encontrar la solución.

La radio seguía emitiendo aquellos versos que él conocía desde niño:

Que siempre ha habido chorros

Maquiavelos y estafáos

Contentos y amargaos, valores y dublé…


¿Era él un chorro? ¿O un ser maquiavélico? ¿Eso de que “el fin justifica los medios” era lo que lo hacía dudar? Él nunca había pensado hacer algo así… tal vez porque nunca se le presentó la oportunidad.

Le hacía mal escuchar esa canción; le removía la conciencia.

Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor,

Ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador…


¡Estafador no era! Él no tenía la culpa de que “aquello” se hubiera atravesado en su camino.

Los inmorales nos han igualao…


¿Era cuestión de moral? Era obvio que tenía que tomar una decisión. Pero… ¿qué pesaba más? ¿Los valores morales que le habían inculcado sus padres desde la más tierna infancia o esa sensación de alivio que le produciría actuar en sentido contrario?

La letra del tango seguía y hablaba de “otro roba en su ambición” y “caradura”.

La reiterada mención a que “cualquiera es un ladrón” taladraba la cabeza de Juan hasta causarle dolor, lo que agravaban frases como “El que no llora no mama y el que no afana es un gil” y “a nadie importa si naciste honrao”.

¡Qué dilema! ¡Pensar que horas antes lo había invadido la alegría ante aquel hallazgo que le solucionaría tantos problemas!

Él siempre había sido honesto. Nunca había cometido un acto incorrecto. ¡Pero tenía tantas deudas! ¡Y aquel sobre con dinero encontrado en la calle le venía tan bien para pagarlas!

“La plata no tiene dueño” era la frase que siempre había escuchado decir. Pero ¿estaba bien quedarse con ella? Aunque se decidiera a no hacerlo, ¿a quién podría devolvérsela? El blanco sobre no tenía nombre, ni algún dato que permitiera identificar a quien lo había perdido. Y si lo entregaba a la Policía, ¿quién se quedaría finalmente con él? Era imposible dar con el verdadero anónimo dueño.

El tango dejó de escucharse en la radio y dio paso a un vals.

Juan miró el reloj. Era casi la medianoche. Hacía mucho tiempo que estaba sentado en el sofá tratando de desenredar esa maraña de pensamientos que le oprimían el cerebro.

Se levantó con paso cansino, más por pensar que por actuar, y se dirigió a la cocina. Fue entonces cuando lo vio. Allí, colgado en la pared junto al fogón, un enorme almanaque sacó a Juan de la tortura que le producía la letra del tango:

… que el siglo veinte

es un despliegue

de maldá insolente

ya no hay quien lo niegue…


porque… ¡El ya no vivía en el siglo XX! ¡Ya estaba en el siglo XXI!

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS