pelotón de fusilamiento

pelotón de fusilamiento

Betty Cadavid

24/02/2019

Pelotón de fusilamiento

Nunca quise formar parte de un pelotón de fusilamiento. Eso de no saber quién disparó la bala fatal, de no tener certeza de la inocencia ni de la culpa y repartirse en trocitos la tragedia para que a nadie le pese lo suficiente, jamás fue conmigo. Las culpas colectivas no son de nadie, atan las manos de la justicia y reducen a la anécdota una epopeya. Que lo diga Fuenteovejuna. La inocencia tampoco es colectiva; no puede serlo porque está más allá de la alianza: No puede decirse que somos inocentes si todo hecho conjunto involucra un plan, necesita malicia. Ser inocente solo es posible en singular y la inocencia colectiva suele ser ignorancia. Toda colectividad humana produce cultura y toda cultura, por definición, es culpable. Es que la cultura es un acumulado de actos violentos, transgresiones a la felicidad, construcciones innecesarias y viajes sin sentido de ida y vuelta. Por eso me pareció siempre, más honorable estar en el paredón y saber que moría, dueña absoluta de mi culpa o mi inocencia. Por eso te envidio, porque estás donde me gustaría mientras nos disponemos a matarte, cada uno un pedacito.

Tienes miedo. Yo también lo tendría, también lo he tenido, sin embargo, no tiemblas ni lloras ni suplicas. Abofeteas el terror con la mirada arriba y enfrentas nuestros ojos con los tuyos brillantes y limpios, apenas un poquito entristecidos.

Nos engañamos al llamar piedad a nuestro disimulo y responsabilidad a nuestra cobardía, Disfrazamos de cordura la incapacidad de ser libres, enmochilamos con tres frasecitas sueltas la hora de sentarnos a jugar con arena y cambiamos la autonomía por el orden alfabético. Tú quisiste cambiar el mundo y ahora vas a pagarlo.

Tengo que hacer un esfuerzo para mirarte y mantener tendido el puente entre tu indefensión y la mía. Un hilo ensarta mi aguja y atraviesa tu tela y nos cose al instante de nuestra muerte mutua. Tengo que asegurarme de que sea mi bala la que nos mate.

Tienes remangada la camisa como si pensaras ponerte a trabajar. Bueno, morirse sin duda tiene que ser todo un trabajo, un enorme esfuerzo de voluntad. Tus brazos son dos ases de espadas saliendo de la baraja. Los brazos de la lucha, de la pelea inapelable que libraron contra tus sueños, cuelgan caídos a tus costados y sé que me abrazarían, si supieras que detrás de mi fusil te sigo amando.

Creo que más que recordarte te imagino y ya tienen tus ojos ese color negro entusiasmo, blanco premonición.

Tenías en el bolsillo un carrito rojo, un bólido de carreras que robaste del almacén en un descuido de tu mamá. ¿Será ése el delito que hoy vienes a pagar? Ella nunca te castigó y te permitió quedártelo. Quién iba a decir que esas rueditas diminutas te trajeron hasta aquí.

No puedo tolerar tu sonrisa y agacho la mirada. Me pongo a dar brillo a mi fusil pues siento que mereces, cuando menos, el disparo de un arma decorosa. Me parece que también debería lustrar la bala, lamerla con la lengua y el ruido de mi corazón.

Te peinas un poco con los dedos cansados. Por mucho tiempo has sido diferente, y hay que matarte. Nunca aceptaste que al mundo no le importan las verdades, que la denuncia es solo la forma de inculparse uno mismo.

―Ven, llora conmigo las lágrimas que le negaste a la sensatez.

Te recuerdo manchado de hollín mirando incrédulo tu suciedad, sabiendo que les vendiste a los duendes tu título de profesional.

Pero te bebes la botella entera y no paras de hablar. Entonces me resigno.

Nunca quise formar parte de un pelotón de fusilamiento y fue extraño que, para matarte, vistiera con mi mejor traje y me echara aquel perfume que te gustaba.

―De soldado a soldado, mi general: ¿Por qué sigues marcando equivocado? ¿Todavía te crees que los números son infinitos?

Aún luces despeinado ¡Tanto cómo te preocupaba! Pensar que hasta hoy le ganaste la batalla al viento y un peine te bastó para ser agitador de masas sin perder la compostura. Que fuiste a la guerra de corbata y labraste la tierra sin opacar el brillo de tus zapatos.

Mientras es hora de la ejecución te sientas un momento y te pones a pulir un madero. Es el palo mayor de tu barco, al que no te has subido porque cada vez que lo intentas, alguien te hace callar y tienes que negar tu nombre y cambiarte el apellido. Un barco al que voy a llevarte cuando te haya matado, lleno de marihuana que jamás te fumarás, de libros que cuentan la historia de la sal, de brújulas que marcan el norte según lo decida la ilusión.

Nunca quise formar parte de un pelotón de fusilamiento porque no creo en la iniquidad a medias y estoy segura de que las colectividades no son posibles sin mutilaciones previas. Para hacer parte de un equipo hay que moldear el rostro en función de los demás.

Formamos frente a ti, asquerosos en conjunto, decadentes y organizados. Te pones de pie para caer como se debe.

Alisten, apunten, disparen. Una lluvia de balas te golpea. Descansen. Descienden todos los fusiles menos el mío que no llegó a levantarse. Mi bala de plata sin estrenar solloza en el cargador.

Te veo tendido y quieto. Un carrito rojo de juguete me mira desde tu bolsillo o acaso sea tu corazón por fin detenido. Sin duda entre el charco de sangre aparecerán las tuercas que todos creíamos que te faltaban. Sin duda hallaremos la cuerda que sostenías y dejará tu cometa de pedir cola. He desobedecido y el pelotón se alista contra mí. No me incomoda, por esta vez soy inocente.

Nunca quise formar parte de un pelotón de fusilamiento y estoy más conforme con el paredón.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS