Hay un recuerdo salado y mítico de Mara, algunas voces hablan de su mirada fija hacia el horizonte, otros del movimiento elíptico de su mano con un cigarro entre los dedos, y hay quien recuerda sus arrugas en la cara, de toda una vida al sol; nadie tiene recuerdos sonoros, ella era silencio y se confundía con las ondulaciones de la mar. Siempre Mara en aquel pesquero que faenaba incansable en busca del atún rojo.

En ese barco llamado My Dream se juntaba un grupo de personas que se rehuían, que se despegaban de la tierra y solo, en la nada de la mar, encontraban alivio. Mara, extraña de sí misma, alternaba lecturas de cómic con tiempos de fumar en la popa del barco. Contemplaba el humo de su cigarro como una línea continua que se veía interrumpida con la exhalación de cada calada, sentía que se creaban huecos que rompían el sentido y la dirección del humo, creándole desasosiego. Entonces, tras apagar la colilla, se refugiaba en uno de sus cómics y se envolvía entre sus relatos, creía que las viñetas eran imágenes que hablaban y sustituían los agujeros, las discontinuidades, los surcos de la tierra, donde crecían viñas de forma descontrolada. La viñeta era la forma amable de la viña, de lo que crecía del surco, del mismo modo que la historieta era la ficción de la historia real y caótica.

Tras varios días de navegación en la infinita mar amarraba el barco en tierra. Mara vagabundeaba por los puertos y ciudades con terror a tanta línea, la de las casas, la de las calles, la del tránsito, demasiados hilos que se perdían, evocadores de historias con huecos y angustias. Buscaba un lugar donde pudiera estar con una mujer, nunca repetía con la misma, le pagaba toda la noche y mecía desnuda a su lado. Como quien explora el mapa del mundo Mara la palpaba y encontraba arrugas, cicatrices, agujeros, como si fueran meandros, volcanes, lagos, pasaba toda la noche acariciando con cuidado sus hendiduras, sin dejarse ella tocar.

Una noche de tormenta un rayo partió en una línea perfecta y continua el barco en dos, en medio del infinito de una mar muy al norte, Mara saltó al agua antes de hundirse el barco, el resto de marineros subieron en botes y desde allí contemplaron una línea recta, correspondía al chapoteo de Mara, hasta que esta línea desapareció. Ella, al sumergirse, pensó en la primera calada que interrumpe el hilo del humo, y antes de ahogarse, vio la boca del atún horadada por el anzuelo y el fluir de la sangre, la misma que vio en su vagina cuando el peso del cuerpo de su padre que la taponaba de forma violenta se retiró.

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