En medio del bosque más apartado del mundo, en el país de las Ánimas Perdidas, un hombre solitario se devana los sesos por resolver un rompecabezas. Mañana habrá pasado un año desde el día en que entró en aquella cabaña. Pasado mañana se cumplirá el plazo que se prometió a sí mismo.

–Un año y un día. No necesito más –dijo sobrevalorándose al principio de todo.

Y allí, al calor de una chimenea y acompañado por el gorjeo de algún pájaro cuyo nombre siempre quiso saber, pasa las horas, los días, los meses… Cada vez está más desorientado, cada vez más desesperado.

No entiende aquella amalgama, ese puzle tridimensional posiblemente esférico de más de tres metros de radio. Millones de piezas que se desplazan cuando se estiran los cordeles enlazados entre sí en simulada anarquía. Cada pieza una cuerda, cada cuerda un color, cada color una función. Y después de tanto tiempo ni siquiera ha podido confirmar la forma que debería tener el conjunto final. Ya duda hasta de la esfericidad del resultado.

–Solo quedan dos días, solo dos días… –repite ahogado en la angustia.

Se prometió a sí mismo un plazo imposible para algo que nadie ha conseguido en toda una vida. Orgullo, siempre el maldito orgullo. Solo quedan dos días y se promete que descubrirá la estructura definitiva. Entonces podrá entenderlo todo: la tierra, el mar, los árboles, las ciudades, los paisajes, la música, la poesía, la humanidad… Entonces podrá entenderse a sí mismo y destruir sus puntos débiles. Podrá separar el amor del odio, que tanto tiempo han pasado revueltos en su cabeza. Por fin llegará el ansiado sueño.

Un viaje interminable y un rompecabezas imposible para curar el insomnio.

–Mañana lo habré acabado –dice convenciéndose sin creerlo.

Y cuando solo quedan unas horas, una iluminación le llega del centro de alguna estrella no nacida. Estira el hilo pardo hasta que llega a su tope, ata el ocre a su dedo meñique y retrocede tres pasos, enlaza el extremo del añil con el transparente y tira de este último con la fuerza que le dicta la intuición… Entonces, un pequeño grupo de veintitrés piezas toma forma. Unos labios enarcados hacia arriba…

…¿o hacia abajo?

De repente, aquel reto pierde el sentido. Mejor olvidar. Y se marcha echando alguna mirada furtiva hacia la cabaña que se va perdiendo poco a poco entre la espesura. Estuvo tan cerca…

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