La patria del general

La patria del general

El general Martín Ocaña aparta zancudos con una mano. La otra sostiene el revólver ya vaciado de su letal carga. A su alrededor yacen los hombres. Unos parecen roncar como niños tras haber jugado, a otros les zumban las moscas que a los muertos acuden.

Martín Ocaña mira al argentino, su mejor amigo, y le menta a la madre.

– ¡Boludo pibe de la chingada madre! ¡Malparido de La pampa!

Pero el Chinche está dormido con media cara volada por culpa de una bala y el hígado salido de entre las entrañas. Si le oye no le contesta nada.

Y el general refunfuña cansado de este sinsentido.

Se siente hastiado de pelear por unos metros de barro baldío que todos gustan de llamar Patria.

Y se levanta y cubierto de sangre, esquirlas de hueso, detritos y zancudos picones se encara al enemigo.

– ¡Pelotudos, zoquetes, espigas de trigo, perros fieles que cargáis mosquetes sin sapiencia ni sentido! ¡Alimañas salvajes bajadas de las montañas tirados de la correa del amo, que os pasea con promesas resquebradizas como barro cocido, poniéndoos delante la zanahoria de madera tallada con la supuesta figura de ese pobre Cristo Jesús, que si vive allá arriba, como os pregonan en vuestras iglesias los párrocos, se sentirá desalentado con tanta traición que le brindamos los seres humanos a cada paso que por la historia damos!

Y sonó un disparo seguido de un perdónalo señor, no sabe lo que dijo, era del bando de los infieles.

Y el general Martín Ocaña se dio vuelta y se marchó a su verdadera Patria, la huerta que fue de su abuelo y después de su padre. La misma donde su mujer aguarda el final de esa guerra por la libertad de no sabe qué, en nombre, siempre, de la verdadera fe, mientras su hijo rastrilla la tierra que les da de comer.

Y al caer la noche fría el hijo entra a la cabaña algo destartalada y llena de aperos de labranza y amoscando la cola del pucho que había salido a tentar, comenta que afuera está de regreso el papá – todo lleno de sangre, esquirlas de hueso, detritos humanos y zancudos zumbones – que nunca lo dejan en paz.

– Y ¿por qué no entra no más? – le pregunta la mamá.

– Porque dice que lo mataron por allá a donde había ido a pelear y entonces se vino para acá, al comprender que aquí está su verdadera Patria y que aquí es donde se encuentra toda la fe que le hace falta.

Y descolgando, el hijo, una pala del gancho que está junto al crucifijo de Cristo Jesús, escucha a la mamá que pregunta que a dónde va.

– A enterrarlo no más.

El general Martín Ocaña ya está en su casa. Yace envuelto por la tierra que fue su Patria, viendo sembrar a su hijo las semillas de una nueva vida. Durante el día se le oye discutir con su amigo el argentino sobre como desperdiciaron su vida marchando de balacea en balacea contra otros tontos como ellos, abanderados por eslóganes rimbombantes como Tierra, Fe o Patria. Por la noche se acerca a su mujer y llora en silencio echándola de menos.

Pero al general Martín Ocaña ya no le molestan los zancudos picones.

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