Los hombres de la ciudad —algunos— cubren su vientre de semen y pelos largos. Hablábamos entonces sobre Taxi Driver y sobre cómo la gente olvidaba constantemente la condición del ser humano cuando se reían de los acólitos de AA.

Allí conocimos a Max e instintivamente, se creó en mí la mirada, la que antecede al texto escrito. Sugeriste, con buen criterio, que le cambiase el nombre a Max por algún otro español, «estos escritorzuelos de un barrio madrileño que nombran a sus James y Williams me ponen enferma».

Max sufría algún tipo de agnosia; todos vimos cómo intentó arrancarle la cabeza a su mujer para ponérsela como sombrero. «¡Qué descuido!», dijo sonriendo, como restándole importancia. Y se fue y dejó su triste sombrero de pelusilla gris en la percha, su mujer recomponiéndose, el desconcierto general.

Con frecuencia, en los días de la sobriedad me he encontrado sin sentir nada. Y cuando ni la bañera fría ni el agua helada me calman, pienso en Max, él siempre me roba una sonrisilla, pero es esta una sonrisilla hueca, sin inercia, que nada dice. Por otro lado, el psiquiatra siempre me advierte que aquello de “no sentir nada” es un sentimiento en sí mismo. “Han destapado el truco, nos han descubierto”, me oigo decir.

Anoche, —y desde hace dos años todas las noches— vino otra vez aquella chica. El superpoder de los acólitos de “AA”, lo llaman; reconocer inmediatamente a otro hermano, a otro subterráneo. Vienen muchas chicas pero ninguna compra manzanilla de Sanlúcar. Me avergüenza un poco decirlo, pero, ni si quiera sabía que trabajásemos ese producto. Ahora siempre me encargo de que haya en stock. Uno ha de esforzarse si quiere entretenerse en el turno de noche.

Es difícil existir sin introducirse nada en el cuerpo. Viene el pensamiento y lo rechazo, viene el pensamiento y lo rechazo, viene el pensamiento y no lo rechazo.

El psiquiatra hace bien en recordarme que yo soy “el que observa”. Lo hizo de improviso; un día tras largos meses de relación médico-paciente me lo soltó: ¿Quién diantres es Ud., Sr. Gómez? No lo supe entonces y no lo sé ahora. “El fenómeno del observador”. Yo soy ese que observa cómo el líquido madre se bienaventura por el gaznate. Yo soy el que observa cómo mi mano roba sistemáticamente noche tras noche licor del almacén. Soy el que observa al tipo amargado apretando el botón del ascensor una y otra vez. Y eventualmente, el ascensor ha de venir.

La primera vez que escribí un diario fue para hablar de Malek. Malek hace que el alcoholismo suene estupendo. No conozco a ningún tipo a quien el alcoholismo le haya sentado tan bien. Claro que cuando yo lo conocí, ya hacía años que lo había dejado. Cuando Malek me aconsejó que escribiera este diario le dije que eso no era para mí. Luego ocurrió todo el asunto de Janet, volví a convencerme de que podía recuperarla… cuando el efecto de la droga acaba toda la mediocridad aparece de golpe y lo atiza a uno como un portazo. El golpe de realidad. Es una falsa rendición, es un rendirse para engañar a quién dirija el cotarro, a ver si cuela, a ver si proporciona la ambrosía. Rendirse es otra cosa, es sin condiciones, es “a pesar de”, es no necesitar la jodida ambrosía.

Como el paripé no pudo durar eternamente, fui al supermercado a por el dulce tintineo del vidrio. Y me vi. Los malditos espejos. El que observa. Ver mi careto en descomposición solo me anima, ¡joder! Y justo antes de llegar a la caja, allí estaba, angelical e incólume, un diario rosa con boli y todo, un flamante boli rosa con un penacho a modo de algodón de azúcar. Dos Jack Daniel’s y un diario rosa de niña, 47 con 95, gracias.

Llegué a casa y recordé las palabras del psiquiatra; el que observa. Entonces, vi a un tipo despreciable servirse licor en un vaso, apurar el vaso de un trago y pasar a beber directamente de la botella. Muy seguidamente, vi a aquél tipo despreciable en medio de una ciudad que no era la suya mientras escribía Dios-sabe-qué en un ridículo diario de colegiala. Un trago, una risilla estúpida y otro trago más, las plumas rosas del bolígrafo contoneándose, y finalmente, el observador cerrando los ojos, flotando, alejándose de donde no se le quiere, o se le quiere, pero no se le necesita. El cuerpo va solo.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS