No estarás sola

No estarás sola

Eva María

20/02/2019

Salvo el ruido de su cabeza, el silencio de aquella mañana era algo así como la paz de los cementerios. Su rutina le esperaba desde hacía mucho tiempo con un entusiasmo y unas ganas de comerse el mundo que desaparecían al contacto con la realidad. En su mundo paralelo podía ser mil cosas y en ninguna de ellas le importaba estar sola. Cada refugio que hacía suyo era como el cielo de una tarde de verano al que acompañaba un enorme y chorretoso helado de chocolate. Las noches eran como eternas madrugadas sin más compañía que su libro favorito de poemas. Entre poema y poema se dejaba mecer y solía acicalar sus sueños en los más bonitos versos de Mallarmé. Esos amaneceres que antaño compartía con él habían dejado de ser promesas de futuro donde cada ojalá dibujaba para ellos un mundo donde jamás estaría sola. Pero la mentira también habitaba ese mundo, haría su aparición en el mejor momento de su existencia cuando ya pensaba que no podía ser más feliz o si podía debía ser algo así como formar parte de la tienta verde de su Olivetti Lettera 45.

Con él conoció el lado bueno de la vida y también el lado donde la esperanza agonizaba a pulso de engaño y decepción. El elástico de cualquier jersey de invierno ahogaba sus ilusiones en una tarde de diciembre cuando él se despidió con un adiós silencioso. La peor despedida es aquella que te deja estacado en mitad de un te quiero atravesado en la garganta y que como no te andes listo mueres sin remedio asfixiado por aquello que nunca dijiste y que ya es demasiado tarde decir.

El camino de regreso a casa en aquella tarde de invierno, se hizo interminable en mitad de una multitud de gente feliz por las fiestas propias de esa fecha, de niños correteando entre los adornos navideños y parejas paseando agarradas de la mano. De repente todo le era ajeno, y como pollo descabezado se dispuso a caminar sin rumbo fijo, con la mirada perdida, los brazos caídos y una mueca de tristeza que tardaría mucho en desparecer de su rostro. Una eternidad, eso le pareció aquella tarde el trayecto a casa.

Cansada y con el corazón hecho trizas se dejó caer en el sofá de casa. Se sintió derrotada, una última mirada no correspondida desde el quicio de la puerta dio la estocada definitiva a su maltrecho corazón y su alma, pronta a restañar con un algodoncito la sangre que emanaba de la herida, se deshacía en jirones en un último intento de impedir que medio corazón saliera de su caja torácica para ir a estrellarse irremediablemente contra el suelo.

Él era de decisiones firmes, de ese tipo de decisiones contra las que no caben ningún tipo de recurso, ni siquiera una súplica. Entonces ella no lo sabía, pero él con aquella huida, con aquel salir corriendo estaba arreglando su vida. La vida de ella. Decía que era escritor… pero ella siempre había creído que un escritor tenía que hacer sentir con sus letras, hacer que al leerlo se nos remueva algo por dentro, no sé el qué, pero algo… un escritor tiene que saber de sentimientos y entenderlos. Sus escritos resultaban fríos y mostraban la misma incapacidad que tenía él para dar y entregarse. Por eso ella nunca se consideró parte de su público.

Para ella los libros siempre habían sido bálsamo o viático que hicieran suturar sus heridas e hicieran de ellas un bonito recuerdo. Un mundo distinto en el que habitaba, donde las historias reales o inventadas, le servían de refugio en mitad del bombardeo que se había alojado en el fondo de su alma. La metralla de todo lo que de vez en cuando saltaba por los aires, habitaba instalada en los versos que habían salvado su vida. Sus poetas favoritos la miraban con ternura desde las esquinitas dobladas de sus libros de poemas y sonreían como queriéndole decir que todo saldrá más o menos bien.

La cuestión era saber reponerse. Le sorprendió gratamente la facilidad con la que descansó aquella noche, precisamente cuando dejó de recibir su beso de dulces y buenas noches. Se percató de que no había descansado así ninguna noche atrás. Y supo que había pasado lo mejor que tenía que pasar. A partir de entonces, no encontró ningún recuerdo en su cabeza, ningún sitio de los que habían frecuentado juntos le trasmitía esa nostalgia que acompaña a un recuerdo y todas las conversaciones mantenidas se habían borrados de su memoria como si de la tecla de un ordenador se tratara y al pulsarla se eliminara todo el contenido.

Empezaba una nueva vida, lejos de aquel que no había sabido ser ni siquiera un recuerdo. La soledad podía ser una grata compañía, pero ella no estaba sola. Descubrió entonces que podía volver a sentir más y más bonito y que la vida era injusta. Podía volver a leer con alguien a su lado en todas las estaciones del año, escuchar esos discos de música que comprarían juntos y que rescatarían de una muerte segura. Con alguien de la mano toda su poesía prometería un futuro repleto de ojalas y promesas con olor a jazmín.

Volvía a ser primavera en su mundo.

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