Eran ya las 7.30 de la mañana y Adriana no se levantaba, tener a una adolescentede 14 años es más que un dolor en el cuello, por no decir en otra parte. Más de tres veces la llamamos su madre y yo pero ni una palabra. Siempre bajaba corriendo a medio arreglarse y salía casi tomando su vaso de leche y con un sándwich de mantequilla de maní en la mano, dando trancos hacia la puerta, para no perderse el ómnibus que la llevaría a la escuela. Esa mañana no fue así.
Al entrar en su habitación, no se veía más que su cama y todo muy bien arreglado, eso era algo muy extraño para ella, porque ese tema era nuestra interminable lucha. Todo estaba en su sitio, pero había un detalle, su laptop estaba encendida con la página del chat abierto, su último mensaje era: No vemos en la plaza de las Causas Perdidas.
Marcia, mi esposa entró en pánico, – ¡Se fugó, se fugó con alguien! – Repetía histéricamente, es ese es el peor temor para los padres, que una adolescente desaparezca en estos tiempos.
Lo primero que hice antes de llamar a la policía, cosa que Marcia me demandaba hacer de inmediato, era contactar a sus amigos más cercanos, a esa muchachita extraña de mirada perdida que nunca se reía, al menos no delante de nosotros, la llamamos y ella estaba despistada como siempre, no sabía que Adriana no estaba en la escuela, luego llamamos a su amigo, un muchacho de pelo andrajoso y que ropas negras, con más delineador oscuro alrededor de sus ojos que Marilyn Mason; él tampoco sabía nada de Adriana.
Recuperando mi serenidad, porque Marcia era un saco de nervios, reparé en el último mensaje en su laptop, el que dejó en su chat, decía: plaza de las Causas Perdidas, ¿dónde queda ese lugar?, de seguro que estaba en clave. Mi segunda reacción fue llamarla a su celular, no respondía, iba a su correo de voz, pero no podía dejar mensajes, extraño muy extraño. También le envié textos, así como mensajes en las redes sociales, ninguna respuesta; siguiendo las pautas de esta generación juvenil, recordé que en la escuela nos recomendaron usar la aplicación para localizar los celulares de nuestros hijos, le mostré esto a mi esposa para que se calme un poco y para nuestro primer alivio la había localizado, para nuestra sorpresa, la aplicación del celular mostraba que estaba dirigiéndose por unas calles con nombres inverosímiles, ella iba por el pasaje de los Corazones Rotos a punto de cruzar la calle de los Amores Trágicos, -¿dónde queda eso?- Gritó Marcia en sus arrebatos, yo tratando de calmarla le pedía que se enfocara en la ruta que nos mostraba la aplicación. La siguiente ubicación era que había volteado a la izquierda por el pasaje de la Desesperanza y pasaba por el Arco de los Amores Desesperados, más adelante, caminaba por la calle de los Sueños Truncos y giraba otra vez hacia la calle de las Melancolías, esta sí que era una ciudad con nombres de emociones y sentimientos, entonces se me fue aclarando el panorama, es como cuando se nos ilumina la mente, se me encendió la lámpara, y le dije a Marcia, – ¡Ya sé que nos quiere decir! – Adriana está mostrándonos el camino hacia su corazón-; el nombre de estas calles nos indicaba lo que estaba pasando en su corazón y en su caminar podíamos ver como se sentía por dentro. Esto nos dio tranquilidad pero ansiedad a la vez, porque ya sabíamos lo que estaba pasando en sus sentimientos, pero físicamente, ¿dónde está?
La siguiente ubicación que nos mostró la aplicación era: Boulevard de los Pasos Perdidos, seguía recto por esa avenida que al parecer era de muchas cuadras, luego gira a la izquierda por el jirón de los Rebeldes sin Causa, cruza una plaza llamada de la Independencia Precaria, recorre ahora la Avenida de los Héroes Frustrados, pasa por la Rotonda de las Pesadillas Interminables y llega al fin al lugar que mencionó en el chat, la plaza de las Causas Perdidas, pero sucede lo que nosotros más temíamos, su señal desapareció de la pantalla, ya no parpadeaba ese puntito azul al que íbamos siguiendo con curiosa ansiedad, ella se había ido, y gritamos los dos, gritamos tan fuerte: – Adriana, Adriana hijita, ¿donde estas? –.
Fue hasta que sentimos un fuerte samaqueo, que nos despertó violentamente, era nuestra hija Adriana, que asustada por nuestros gritos, entró a nuestra habitación diciéndonos – ¿Qué les pasa a los dos? ¿Están locos? Con esos gritos no me dejan dormir y mañana tengo escuela, ¿recuerdan?
Marcia y yo nos miramos, sudorosos y agitados; había sido una pesadilla, pero ¿una pesadilla mutua? ¿Qué extraño, no? Bueno, esa historia será para otro cuento.
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