La vida es asquerosa, la vida es traicionera, la vida … la vida es la vida.
¿Un cuento? ¿Queréis que os cuente un cuento? Sí, pues os contaré el cuento de la paloma que quería volar y le cortaron las alas; y con su dolor, la paloma escribía en la arena con su pico, y su plumaje entero, que antes fuera blanco como la nieve, se cubrió de un manto rojo fuego que encendía la mirada de aquel que le dignara la suya.
Pero la paloma siguió escribiendo en la arena con su pico, doblado ya por tan trabajosa tarea, y bebía del agua del mar para calmar su sed, y también el mar se volvía contra ella, sin embargo, calmaba su angustia, aunque despertaba en ella nuevos sentimientos que le permitían poder seguir escribiendo en la arena con su pico.
Lo que había sido una playa de arena blanca, era ahora un desierto de sangre, donde la joven paloma creó su hogar y pese a las dificultades, encontró su alimento, el alimento para su alma, aunque su cuerpo careciera del preciado elemento; pero la paloma no desfallecía, aún no.
Paseaba de un lado a otro de la playa y siempre conseguía encontrar algo que provocaba en ella un cierto rostro de felicidad, a estas alturas ya casi desdibujado en su pico; encontraba moluscos, estrellas de mar y crustáceos que se compadecían de ella, siempre les brindaba con una sonrisa lo mejor de lo que le quedaba: sus historias, porque su alma era la más feliz de todas las que habitaban aquella isla, aunque en su cuerpo se hubiera instalado el dolor hacía tiempo.
Ya empezaba a cojear, y seguía escribiendo con su pico en la arena, buscando siempre el lugar en que su alma y su cuerpo pudieran descansar juntos algún día, pero no era ella quien tenía que elegir, porque el momento llegaría, cuando encontrara sin saberlo, su paraíso en medio de su playa llena de pensamientos escritos con el pico y con su sangre.
Desde una ventana próxima a la playa, una preciosa niña observaba el ir y venir de la paloma coja y se preguntaba el porqué de aquel desasosiego que la paloma mostraba inconscientemente, y un día, la paloma la miró, y la niña miró a la paloma.
Y la paloma supo que el momento estaba próximo.
Durante varios días, la niña y la paloma encontraron sus miradas inquisidoras en un punto de la playa y desde allí, se preguntaban el porqué de esta cercanía tan lejana.
Bajó a la playa, y ese día la paloma no la miró desde ningún lugar porque yacía muerta sobre uno de sus escritos, con su sonrisa en el pico, y con sus alas medio rotas porque alguien se las cortó un día, y su pata, ya no parecía que estuviera enferma, y su cuerpo y su alma descansaban por fin juntos.
La niña la recogió y una pluma que se desprendió de su cuerpo fue a parar a sus níveas manos.
Desde entonces, la niña escribe y escribe, y aún guarda la pluma que en su lecho de muerte le regaló la paloma, y que la acompañaría siempre; cuando se asoma a la ventana, y dirige su mirada hacia la playa, encuentra en un punto concreto de la misma, la mirada sonriente de la paloma coja que un día perdió sus alas y escribía con sangre en la arena.
Y fue en ese mismo punto, donde la niña enterró a la paloma, y escribió con su sangre sobre él: “tu cuerpo está en la arena que un día unió y separó nuestras vidas, pero tu alma continúa viviendo en mí”.
Y muchas noches la niña esperó el amanecer desde la playa; aún cuando fue creció, lo siguió haciendo, y hoy, cuando sabe que su momento está cerca, que pronto podrá reunirse con su paloma, descansa en la playa, buscando a lo lejos una mirada digna de recoger la pluma que ella recogió un día.
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