—Alfa, beta, gamma… ¿Cuál es la que sigue?
—Delta, épsilon…
—¿Y esto para qué?
—Porque algún día tú serás el gran dios. Y dios lo sabe todo.
—Ah… ¿Y es que uno se puede hacer dios?
—No, uno nace dios, como tú.
—Y si yo soy dios… ¿por qué no lo sé todo ya?
—A ver, se nos está haciendo tarde y tu papá se va a enojar,
—¿Y mi papá también es dios?
—Ajá.
—Y tú, ¿qué eres?
—Hombre, yo soy hombre.
—Ah… ¿Y eso qué es?
—Un hijo de dios.
—¡¿Tú eres mi hijo?!
—Sí, bueno, es un decir. Tuyo no, de tus ancestros, los creadores.
—¿Nosotros somos los creadores?
—Sí.
—Ahm…
—Bueno, joven, desde el comienzo: Alfa, beta, gamma…
—¿Y para qué los creamos?
—Para…, para cuidar la tierra.
—¿Y nosotros creamos también la tierra?
—Sí, joven, todo.
—¡Ah! Yo quiero crear una: Enséñame.
—Yo no puedo enseñarte eso.
—¿Y entonces quién?
—Dios.
—¿Pero yo no soy dios, pues?
—Sí, pero… eso lo sabrás a su debido tiempo.
—Ummm… Y
—¡Alfa!, beta, gamma…
—¿Y por qué me enseñas tú y no al revés?
—¡Basta, jovencito! Desde el principio y rapidito que, hoy, necesitamos que nos lo recites todo: desde el inicio hasta Omega.
—Pero…
—¡Pero nada! Repite conmigo: ¡Alfa!, beta, gamma…
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