La primera vez que salí de mí hogar.

La primera vez que salí de mí hogar.

Sebastian Molina

12/02/2019

Veo al fondo después del pasillo una luz que parpadea, supongo que implica algo, así que me acerco y noto con tranquilidad que aquella luz se trata de un cargador convencional, de esos que cargan con energía celulares de los que roban neuronas a las personas convecionales. Encendí la bombilla y noté que su reflejo era blanco, no amarillo como el alumbrado público, sino del color que implica ahorro como la decisión de un trabajador respecto a su hogar. Descargué mí maleta y fui a traer el resto de cosas que por lo demás no eran demasiadas, pues siempre traigo conmigo la creencia de que quién va ligero en el viaje no se queda en el camino.

Lo que se queda atrás es una vida, y lo que viene ahora igual, se trata de un comienzo. Además siempre se puede volver a los momentos donde se ha amado a la vida. Lo siguiente que hice fue tirar mí cuerpo sobre el colchón, encender un cigarrillo y divagar en pensamientos, dejar soñar al alma y acallar al cobarde que se esconde en las entrañas. Somos lo que hacemos, lo que logramos, lo que conseguimos; me refiero al aprendizaje y no a la materia. Me refiero a estar vivo un día cualquiera con la sospecha de que algo grande está comenzando, qué somos sino seres temporales ocupando un espacio y desarrollando una historia. Esa sensación vale la pena. Toc, toc, toc! Suena la puerta. Podría ser cualquier cosa y resultó ser un concejo quién tocó la puerta en aquel momento, dijo: – Procura sacar tu basura los viernes en la noche, que el camión solo pasa una vez por semana. Buena estancia. Gracias, respondí y la vida naturalmente continuó.

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