Hablando, como ha debido ser siempre, sin suponer afectos ajenos, sin valerme de algo por alguien. Como diría Cioran, siendo ese maldito yo. Digo, considerando que al parecer aun no me he liberado de ciertas cosas, afectos, tiempos e ilusiones; que he sido un fiel falócrata. He supuesto afecto duradero de quienes advirtieron quererme. Como un dios antiguo, me plantee vírgenes eternas y Penelopes. Nada más falso e irreal. Nada más alienante. Nada más desconocido. Y como no contrariarse, cuando doras a alguien para colocarla en un altar y termina esta, ensuciándose entre el vulgo. Cuanto valor le damos a las cosas, suponiendo que este impulso las hará vitales. Citando a Becquer, idealizar algo puede volvernos racionales, en el sentido de que, aquello que se nos pueda cruzar, no es, ni será nunca, lo que en realidad esperamos. Idealizar es plantearse esquemas de realización y empuje que den valores reales a quien se lo merezca. Y más aún, elevarse uno mismo, para suponer dicho balance. Las relaciones son entonces, un conjunto de admiraciones, superaciones mutuas y respeto. Aunque suene petulante, refiriéndome al respeto, es un mérito que no debe darse ligeramente. El mejor significado: una consideración de que algo es digno y debe ser tolerado. Los generales, se ajustan más a la sumisión, al sometimiento por facto. Yo no comparto, como casi nada, dicho criterio. Me vale nada una vejez, una infancia, una existencia cualquiera, por el mero hecho de estar, califico a la gente por su valía, sea esta exaltada a temprana o alargada edad. Me encantan los que golpean, gritan y desaparecen. Un acto de libertad cualquiera, es más significativo que algún logro social, que por lo demás, se sabe, aunque no se admita, ser la enajenación de la persona, volverse la mercancía de la propiedad privada. Es por ello, que las personas me son cosas, porque así han deseado serlo. Consideramos que los logros ajenos, son nuestros logros, que tener a alguien, nos hace algo. Que la significancia del acompañante puede obnubilar cualquier pasado, sin entender que esa apreciación absurda, solo los desmerece. Que insignificancia encuentro en aquellos que alardean su amor, creyéndose dueños de quienes aman y de quienes suponen ser amados. Que poco valor tienen quienes exclaman felicidad sin parecerlo. Que intolerables pueden ser las personas casi siempre. Solo sirven para introducirlos en el enmierdamiento de lo absurdo, continuar su drama, coloreándolos, darles algo de rubor con pequeños halagos, para que, sin que se den cuenta, tengan alguna sonrisa que llevarse a la boca. Para que, sin que se den cuenta, consideren algún aprecio, una mentira bien lograda. Aprecio mi presente, mi yo, mi compañía y quien me cubra el pecho alguna noche, la aprecio. El resto me produce cacosmia.
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