La primera vez que hay un acercamiento al electrodoméstico, nos invaden las dudas y el respeto hacia un instrumento totalmente desconocido que es vendido para simplificar nuestras vidas. Este ingenio creado por el hombre quiere llegar a la finalidad de quitar trabajo y reducir ese tiempo tan preciado que el ser humano necesita para otros menesteres. Al principio debemos aproximarnos con parte de los sentidos alerta.

Comenzamos con la vista: observamos una caja blanca rectangular cuya altura roza la cintura (dependiendo del lector) invadida de botones que atesoran un cúmulo de símbolos disfrazados, contemplamos una ventana redonda que como ojo monstruoso, parece fisgar en nuestros pensamientos y que cuanto más nos acercamos al aparato, más se asemeja a una boca que quisiera devorarnos. Percibimos un cajón que, bien a derecha o izquierda de la máquina, oculta tres departamentos en su interior y que, a simple vista, no queda muy claro el propósito de cada cual.

Continuamos con el tacto: una vez investigadas distintas opciones, palpamos tímidamente con los dedos diferentes interruptores para comprobar cuál de ellos le da vida. Tocaremos la boca sin miedo a ser mordidos (pues carece de dientes) y la abriremos para seguir con el siguiente paso.

Olfato: acudiremos a todas las habitaciones de la casa y usaremos la nariz (en el hipotético caso de que las manchas no sean visibles) para detectar olores desagradables y/o comprometidos que deseamos exterminar. Este sentido también será válido en el criterio propio de cada persona eligiendo el detergente y suavizante más apropiado.

La postura frente a la máquina siempre tiene que ser de cara a ella, ya que si se le da la espalda podemos errar en la introducción de prendas con lo que nos llevaría más tiempo, e incluso algún dolor de espalda en la recolección desacertada. Una vez terminado este paso habremos de tener en cuenta que no todo vale; por ejemplo: cada individuo tiene sus preferencias en cuanto a colores se refiere. El azul se asocia al cielo, al mar, inclusive en ocasiones hay quien lo asocia a la frialdad del hielo. El rojo denota calor, agresividad, sensualidad, sensaciones contradictorias según el estado de ánimo del sujeto. El blanco y el negro, el yin y el yang de los pigmentos, la pureza de la castidad, o el oscuro vacío de la tristeza. Todos son básicos en nuestra existencia y hacemos acopio de ellos en distinta medida; pero si bien estos rasgos los mezclamos en el día a día, bajo ningún concepto debemos combinarlos en la lavadora. El resultado podría sorprendernos alterando los colores, no solo del resto de prendas, sino también el tinte de las emociones pasando del yin al yang en cuestión de segundos.

El oído: en la puesta en marcha es esencial este sentido. Escuchar como fluye el agua por los entresijos del artilugio sin titubeos, oír el susurro del tambor en sus interminables giros que en un principio se manifiestan suavemente, acabando en locura de aceleración incontrolada, nos da la tranquilidad de saber que el trabajo será satisfactorio.

Sentidos y emociones entremezcladas en el uso de esta máquina.

Por último, el gusto: sí, el gusto de sentarse confortablemente en un sofá acogedor con un bol de palomitas y ver esa película de amor y lágrimas que tanto apetece en un día lluvioso, mientras la lavadora cumple su cometido.

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