Puede ser que tenga tinte de novela, puede ser… Pero me calumnia la fugacidad de nuestra era, me acorrala contra la pared y cuestiona mi sentir. Pero el miedo siempre fue presente, sin tiempo, sin agenda, siempre presente. No hay inicio sin su incierto final. No pretendo crear un cableado de eterna angustia o pesimismo ante la llegada de algo bueno. Solo lo tengo presente para que se impregne la fragancia y no sea tan difícil dejar ir y soltar. Creo que me preparo desde el comienzo.

Nos conocimos en el presente, pero presiento que ya eramos grandes amigos del tiempo. El tiempo fiel a su esencia, que puede contradecir mis palabras y lo que hoy quiero creerme. Pero no impide a la vida desarrollar sus más ambiciosas ilusiones. Y ahora que lo pienso, ¿Por qué nuestras miserias le pesan al tiempo, y no a nuestra semilla? Simplificamos hasta la más voraz de las ecuaciones, pero cuidar la semilla nos marchita a la sombra del pensamiento. Creo, o mejor dicho, intuyo que el pensamiento se lleva la más vital de las energías.

El latido, fuerte y caliente, la respiración, encuentra su espacio y su ritmo, el cuerpo dispara una catarsis sinérgica y, por fin, la mente pierde ese foco ruin, para ampliar la perspectiva de lo que trata de comprender.

Siempre seguirá, tangible o no.

Cierro los ojos y, si, pienso y siento.

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