La cosa viene dura, pensé, con una pizca de aceptación y dos puñados de incertidumbre. Todos los días no son carnaval, pero hoy parece que se viene un viernes santo.

Estoy sentado en el inodoro, con los pies bien clavados en el piso y el alma vagando, recordando otras mañanas, en este mismo sitio, pero en otros tiempos.

Sonreí reviviendo el alivio que sentía cuando escuchaba cerrar la puerta de casa y sabía que mis hijas se hallaban rumbo a la escuela y podía usar el baño en paz. Esta felicidad duraba hasta que Juana perdía la paciencia y empezaba a entrar y salir con la excusa de traerme el mate para que no se enfriase. Cada mate venía con una noticia de algún vecino que se había peleado con su esposa o perdido el trabajo, o de algún perro desaparecido o encontrado. Quería estar solo, solo con mis entrañas y mi esfuerzo, con esperanzas y dudas, sin vecinos ni perros en celo, ni gobiernos corruptos, ni actrices presuntamente asaltadas a pocas horas del estreno de su show; quería estar solo.

Lo construimos nosotros, hace como sesenta años, los artefactos y azulejos los eligió ella porque tenía buen gusto y entendía esto de los colores y cosas modernas. Yo llamé a los obreros, plomero y electricista y compré el material necesario para la instalación.

Tanto tiempo y no cambiamos casi nada, solo algún espejo y un mueble agregado cuando las chicas se hicieron grandes y empezaron a usar cremas distintas para cada parte del cuerpo y aparatos para depilarse y para plancharse el pelo y esas cosas de mujeres.

No cambió nada, me dije como queriendo convencerme que aquello que construimos hace tanto tiempo fuera el mismo espacio que es hoy. Me daría tanta seguridad que fuese así, que no cambiase nunca, que pudiese entrar a él y encontrar a la Juana rezongando por las malas notas en matemática de Susana y las primeras llegadas tarde de Teresa que ya iba a bailar.

Ese espacio que estuvo poblado de gente que me daba tanto fastidio cuando me intimaban a apurarme, como si uno pudiera apurar ciertas cosas… y entraban puteando y rezongando y no me dejaban tranquilo.

Mi vieja me explicaba que no tenia que enojarme, que tenia esposa e hijas y esas “son cosas de mujeres”. Así todo seguía siendo un incomprensible misterio; pero al final se transformaba en una cuestión biológica.

Hoy tengo tiempo, nadie me interrumpe, o mejor dicho, no me interrumpen nada más que mis recuerdos; en ellos este lugar se transforma en refugio o en pesadilla, en río manso o en cascada.

La soledad me golpea más duro que los ruidos; la espera de una noticia de las chicas, de una llamada de mis nietos que no llega; la soledad me desgarra el corazón.

No puedo creer que en mi búsqueda desesperada por un poco de intimidad, un día le puse llave a la puerta y no dejé entrar a nadie hasta que no terminé, y no hubo súplicas que alcanzasen ni por asomo mi piedad.

La última vez que vino Teresa se llevo la llave, temiendo que me pueda caer y quedar encerrado, impidiéndoles entrar. ¿Y para qué voy a cerrar si estoy solo?

Hoy viene dura, sin dudas, será un calvario.

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