Heráclito y Sofía

Heráclito y Sofía

Armando Noriega

07/02/2019

La corriente era mansa y el atardecer como un enorme bostezo del mundo. Por un momento él pensó en la Ofelia de Shakespeare, pero la atención se dirigió por completo a la chica que lo llamaba a su lado para nadar en el riachuelo. Unos ojos bellos y llorosos los observaban desde un arbusto en lo alto, perdiendo a los cuerpos cada vez más en la obscuridad de la noche que todo lo cubría muy despacio.

“Vi tu tuit sobre las campanas de Kioto y creo que podemos ser muy buenas amigas”. Carmen se esforzaba en vano por observar el rostro de aquella silueta, porque era un cuerpo menudo bajo un vestido cubriendo el sol de mediodíafrente a una joven sin lentes y sin saber qué contestar. Rápidamente tomaron confianza, aquello a lo que Carmen había llamado “la química”. Se trata de aquella situación en la que no hay un camino con diferentes pasos para llegar a sentirte completamente cómoda con alguien, sino que simplemente se da.

Sofía buscaba los labios de Carmen con los ojos cada mañana. “Tienes fuego en la mirada”, a Carmen siempre le parecieron demasiado cursis algunas cosas de Sofía, pero nunca lo dijo por no tener problemas. El primer recuerdo de su vida era estar con un calor sofocante, observando las láminas de asbesto que cubrían en pequeño cuarto en el que vivía. El calor sofocante y el hambre bajo el rostro cansado de su madre. Por eso le gustaba acercar sus larguísimas pestañas al cuello de Carmen y acariciarla de esa manera. También había aprendido a dormir a su amante en las noches de ansiedad pasando suavemente los pulgares sobre sus cejas. Así fluyó el tiempo como una corriente frente a sus miradas.

Mientras Carmen le hablaba sobre la lluvia fina y cálida en la historia de Kawabata, Sofi la tomaba de la mano: “si cerramos los ojos y nos concentramos quizás podamos sentir la lluvia de la que hablas”. Pero Carmen nunca pudo sentirla y a veces le mentía para seguir la corriente de ocurrencias que era Sofi. Entonces entraban en una celda de retiro para las monjas en penitencia de hace muchos años. Un lugar obscuro y con olor a orines. Carmen pudo notar el sutilísimo cambio en la temperatura, o quizás era sólo su cuerpo. Entonces tuvo que asir la mano de la chica de su vida aún con más fuerza, ella no la soltó: “¿Te imaginas pensar que no existe el tiempo como nos han dicho y ahora están todas las mujeres que sufrieron aquí con nosotras?”.

El cáncer mató a Sofía varias décadas después. Carmen tuvo que luchar, pero perdió y la familia de la mujer de su vida no dejó que se acercara al cuerpo que tanto había amado. Recordaba el siniestro sentido del humor con el que Sofía afrontaba el dolor de su enfermedad: “Dicen que Heráclito se tuvo que hundir en la mierda para sanarse, pero esto es demasiado”. Sonreía en el recuerdo de la Sofía y sus muecas, por eso es que tuvo que explicarle al hombre su extraño comportamiento. Él apenas la recordaba. Los años había pasado y le habían tirado el cabello y aflojado la piel. Al cuerpo flaco del joven en el río le había brotado una pancita como una protuberancia, aunque conservaba una bella sonrisa.

Habla Carmen: “Sofi me contó sobre aquella tarde en la que estuvo contigo. Por eso pensé que me podías ayudar en esto”. El hombre asintió y la invitó a pasar pero ella le indicó que tenían que hacerlo lo antes posible. “Sofi me dijo que aquella tarde te había hablado sobre la vida que es más dura y compleja de lo que suponemos. Era un tema recurrente en ella, eso de que no podemos encasillarnos en algo. Me decía que la realidad es como el fuego que cambia de forma a cada segundo, es sólo una reacción química, algo que existe extinguiéndose. También le encantaba la imagen del río porque es doble. El río es el mismo pero no es el mismo. También la persona que se introduce en él”.

Velaron el cuerpo un día y una noche. Ambos coincidieron que aquel atardecer era como un bostezo. Con las ramas de los árboles como dientes chuecos y el sol una enorme lengua enrojecida. Ambos lloraron mucho frente al cuerpo que le habían robado a la tierra y le habían entregado al agua.

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