Estuve sentada esperando ese mensaje que sabía que no llegaría.
Se multiplicaron los minutos por horas y luego por dias.
Empezó a dolerme el estómago y el mal humor se apoderaba silenciosa y con más frecuencia de mí paciencia.
Se borró el brillo de mis ojos y veía en el espejo el reflejo ido de la mujer que decía no tener miedo; miedo a, ¿qué?
Me duchaba y daba gracias por la bendición de poder tener tan preciado líquido resfrescar mí cuerpo, pero no así, mis sentimientos.
Limpiando toda huella que dejaste sobre ella, sin adiós ni retorno, eso pensaba en mis adentros.
Perdí todo interés por mí y te dejé atrás, detrás de una pesada santamaria imaginaria que bajé por orgullo tonto.
Dejándote fuera de mí vista, sin recuerdo ni pasado ni mañana pero llena de dudas.
Me dolió, sí, pero dejaba que cicatrizara la herida que me hice yo misma sin recordar quién eras.
¿De que te culpo? Reflexioné y saqué conclusión; hice que me lastimara tu poco interés por escribir, por expresar tus sentimientos por medio de estos (chismes).
Te conocí así y me gustó, acepté tu vida tal y cuál, entonces ¿Por qué vas a cambiar?
No hubo faltas tuyas (nunca) ya sabía lo que tenías en tu haber, ¿entonces?
En dos años saliendo juntos nunca jamás habia sentido mariposas en la panza, estabas y la tranquilidad se durmió en mí… la seguridad, me hizo una mala jugada ¡y hoy, sentía miedo!.
Fui por él, a su trabajo, lo esperé lejos de la salida, por donde estaba segura que era su ruta a seguir.
Tomé precauciones, tomé papel y lápiz para escribir mis agobiantes sentimientos y librarme de ellos.
Un libro de meditacion también me acompañó, para reflexionar, un suave olor a perfume, impregnaba el ambiente del coche, estaba lista para el encuentro.
Vi asomar su pick-up roja y al instante la señal del intermitente puesto a la derecha.
Pasó lentamente a mi lado viéndome y con una gran sonrisa que no cabía en su rostro.
Se estacionó delante y vi bajar a ese hombre que no es muy hablador, mucho menos escribiente, ese hombre que me dice todo con abrazos y besos sin decir una palabra.
Es mi hombre, lo extrañaba y deseaba volver a verlo, justo a mí lado, a él, con sus ojos color aceituna verde.
¡Subió! No hubo un hola, ni reproche, sólo un cálido abrazo y una mirada que decía tanto, sellado por un tierno beso.
Las palabras no hicieron falta, en ese momento entendí que los(supuestos) son los enemigos que llevamos dentro.
Hoy estoy en paz, así quedo después de saber que está, todo es maravilloso, no sobra ni falta nada…
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