Raíles de Tiempo

Raíles de Tiempo

Joel Gómez

01/02/2019

René observa por la ventana del vagón, el tiempo pasa, implacable, mientras el rítmico y regular traqueteo del tren sobre los raíles acompaña a su pensamiento en el peligroso viaje que éste ha decidido emprender. ¿Por qué se encuentra en el tren? No puede decirlo, él no lo sabe. Sin embargo, entiende que debe estar ahí, que ese es, sin lugar a dudas, su lugar.

Es un hombre abstraído, apenas repara en aquellos viajeros que suben y bajan del tren. Exceptuando a un pequeño grupo de personas que se sientan a su lado y, en algún momento del viaje, tratan de entablar conversación con él. Algunas se quedan más tiempo, otras rápidamente descienden del tren.

El viaje no acaba, René siente que han pasado años, ¿años? ¿Cómo pueden pasar años si apenas acaba de montarse? Mas él se encuentra cansado, el paisaje que a través del cristal antes veía es ahora cada vez más difuso. De pronto alguien golpea suavemente su hombro, un toque leve y fugaz, como una brisa, tan leve que René no lo nota. Sin embargo, el segundo es más vigoroso y obliga al hombre a volverse. Allí, frente a él, se encuentra una persona idéntica a él en todos los sentidos, solo que notablemente más avanzada en edad. La extraña figura que acaba de hacer aparición se levanta lentamente y comienza a andar hacia la parte delantera del tren. René, aunque poco dado a los impulsos, es vencido por la curiosidad y decide seguirlo.

A medida que avanza por los pasillos del tren su velocidad va en aumento, pues siente como la figura que lo precede cada vez anda más rápido, llegando a correr en un momento determinado. Es durante esta carrera que la mente de René, hasta entonces vagamente despierta, se ve inundada de impulsos sensoriales que no es capaz de procesar al mismo tiempo. Avanza. Viendo de reojo a sus antiguos compañeros de viaje. Avanza. Creyendo jamás alcanzar a la figura. Avanza. Sintiéndose cada vez más vacío, más ausente.

Al fin la figura se detiene, y René, exhausto, se apoya para recobrar el aliento. De pronto se da cuenta, durante la persecución, y sin ser siquiera consciente de ello, ha salido del tren. Se encuentra ahora en lo que aparenta ser un andén, con el tren a su espalda y su clon delante.

René no acierta a pronunciar palabra, pero se siente inexplicablemente atraído hacia el objeto de su persecución. No obstante, cuando el hombre trata de tocar la figura ésta se desvanece, dejando en René una profunda sensación de vacío, de frío…

La sensación de cansancio que lo invadió en el tren vuelve a apoderarse de él, y se ve en la obligación de sentarse. Siente que los párpados le pesan, su mente, sobreexcitada durante la vertiginosa persecución, se apaga lentamente, se duerme. Con apenas consciencia echa un último vistazo al tren, poco alcanza a ver antes de cerrar los ojos; diferentes trenes con desdibujadas siluetas apenas perceptibles a través de las ventanas y que se parecen en ciertos aspectos a él mismo, sin ser del todo iguales, además de eso solo dos palabras grabadas, en letras doradas, en la locomotora del tren…»La Vie»

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