Llevaban casi media hora conversando en aquel lujoso bar. Y, mientras David coqueteaba desde que inició su charla, Amanda parecía ignorar cada uno de sus cumplidos. Él no estaba acostumbrado a ese desinterés por parte de las mujeres, al menos no después de haberles dedicado una de sus sonrisas más sugerentes. Así que pensó en doblegarla con aquella cursilería que solo utilizó cuando era un adolescente sin músculo y sin conocimiento femenino.

—¿Sabes? —le dijo—, eres la mujer más hermosa que han visto mis ojos. Por un beso tuyo sería capaz de cosas impensables.

Ella se rió con picardía para después, en tono de burla, decirle:

—¿Es en serio? Si es así como enamoras a las mujeres…¡qué gustos tan extraños los de algunas!

La observó serio, colocándola en el pequeño grupo de las mujeres que, según él, no escogen poesía por encima de rudeza. Y creyendo esto, sustituyó, demasiado pronto, su intento de poeta por algo en lo que era experto:

—Tu eres la de los gustos extraños. No gustas de los hombres románticos, y te crees difícil por eso, pero… —le sonrió por un momento y se acercó más a ella, de nuevo, con la mirada dura—, no te ofendas, pero las mujeres difíciles son en realidad las más fáciles: no las impresiona un hombre guapo, no las emocionan las rosas, no las ablandan las palabras bonitas…, así que no importa ser feo, no toca gastar en flores, no hay necesidad de mentir…

Ella, que no perdió la sonrisa en ningún momento, se acomodó en su asiento y mandó su rostro hacia atrás recuperando la inicial distancia entre ambos.

—Si; admito que son mis gustos los extraños. Pero eres ignorante en exceso si crees que a una mujer a la que no la impresiona la belleza, va a impresionarla la fealdad; que a una mujer a la que no le gustan las flores, no guste de detalles mucho más caros; y que a una mujer la ablandan las palabras sinceras y no las bonitas, porque… si hablamos de mujeres fáciles para ellas las palabras son lo de menos. Pero, ¿te digo un secreto? Ninguna mujer es fácil; puede que ceda a la primera, que se haga la difícil o que nunca caiga; eso no depende de los méritos del hombre, sino de lo que a ella le dé la gana.

El ambiente se encontraba tenso; ella había abandonado su amable indiferencia y él había perdido el interés de conquistarla, por un fuerte deseo de callarle la boca.

—¿Qué pasa si lo que a ella le da la gana, no está a su alcance? No todos los hombres vivimos suplicando por la atención de una mujer, de hecho, vivimos siendo acosados por la mayoría de ellas. Yo diría que todo depende de lo que a nosotros se nos dé la gana. En lo único que te doy la razón es en que no necesitamos hacer méritos.

Había comenzado sus palabras con un enojo natural en él, y las finalizó con una sonrisa arrogante que, más que natural, era parte de su ser.

Amanda intentó regresar a su actitud indiferente, pero el tema le parecía de lo más interesante.

—Lo que acabas de decir es solo un punto más, que olvidé mencionar. Te expliqué que a las mujeres las puedes conquistar a la primera, a la cuarta o nunca, pero no te dije que hay algunas que no esperan ser conquistadas… te conquistan ellas. Y si no lo consiguen no es porque seas difícil sino porque ya hay otra mujer dominándote.

La primera respuesta de David fue una carcajada, una carcajada sincera.

—Eres una mujer inteligente, Amanda. Y por lo mismo, sabes muy bien que, cuando se trata de seres humanos, no podemos defenderlos a todos por igual. Existen mujeres como las que tú describes, pero también hay mujeres muy desdichadas, y ocurre exactamente lo mismo con nosotros los hombres.

Aquella respuesta sorprendió mucho a Amanda, no porque opinara diferente sino porque subestimaba demasiado la capacidad de un hombre para finalizar una discusión sin quedar como bruto o como necio. Así como aceptó lo razonable de aquella respuesta, también aceptó que las palabras bonitas, como las que David dijo en un principio, sí podrían ser capaces de conquistar, si van acompañadas por un toque de inteligencia. Pero ese tema, solo hubiese sido discutido aquella noche, si la esposa de David no lo hubiese llamado para decirle que había roto fuente.

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