Violencia y razón. Ese es el binomio que nos caracteriza a los humanos. Todos hemos nacido y crecido en medio de actos violentos. No ha habido una sola época de la humanidad en que la violencia no haya jalonado su derrotero. Este hecho debe hacernos pensar en nuestra esencia, alguna vez definida solo como racional. Pero ¿es realmente la razón lo que nos distingue del resto de las especies del planeta? La razón impone un modo de “ser” humano que hasta ahora demostró, oculto tras los adornos del lenguaje, una mutilación de nuestra propia naturaleza.

“Infierno disfrazado de paraíso”, dice Fernando Vallejo. “El único medio para enfrentar a la peste es la honestidad”, advierte Camus.“La violencia física es la expresión más común de la castración verbal”, define Ivonne Bordelois. “No fuimos expulsados del paraíso por culpa de ninguna estúpida manzana, fuimos expulsados de allí solo por culpa de la crueldad”, sentencia Amos Oz.

La violencia nos acompaña desde nuestros orígenes y la razón se empeña, eufemismos de por medio, en explicarla. Cuando lo logra la expone en los manuales de historia. Cuando no lo consigue la exhibe en la vitrina de los actos inhumanos, demenciales, desterrándolos del territorio de la humanidad.

Un crimen calificado de horrendo es monstruoso, es decir cometido por un monstruo, no humano. Sin embargo todos sabemos que el autor no pudo ser otro que un humano. ¿Cómo soportar la sospecha que recae sobre cada uno de nosotros?

Este ensayo procura demostrar que la violencia es una característica tan esencial de la humanidad como la razón. Irracionales y racionales. Capaces de odiar y amar, increíblemente al mismo tiempo. Somos una bella aberración. “Contengo multitudes”, canta Whitman.

Pero no son los libros de historia, condicionados por la razón normalizadora, los que dejan en evidencia esa asombrosa contradicción.

Los libros de historia no describen como suenan en los oídos de dos niños los sonidos de los cristales rotos durante unpogromo. Irene Nemirovsky, en cambio lo hace en Los Perros y los lobos.

Ningún capítulo de ninguna enciclopedia refiere a las dudas y la angustia que provoca una crisis de fe. Es Updike en La belleza de los lirios quien lo hace.

La violencia cotidiana tampoco está en los manuales. Está, entre otros, en los libros de Fernando Vallejo.

Los estudios especializados no describen la contaminación desde la dimensión de una mano que aprendió a “ver con ojos de rata y a degustar con lengua de mosca” al hurgar entre los basurales, como lo explica Fernando Contreras Castro.

Este ensayo no pretende vaticinar el futuro de la humanidad. Solo busca describir y en el mejor de los casos, alertar sobre nuestro derrotero en este asustado planeta, ayudado por la palabra de una variedad de escritores cuyas obras escrutaron en nuestra naturaleza con la misma honestidad que nos reclama Camus para enfrentar a la peste.

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