El sueño recurrente

El sueño recurrente

Noelia Barchuk

23/01/2019

Durante un largo tiempo, Sergio padecía por las noches el mismo sueño. Recurrente, le había espetado alguien al comentar el caso. En un principio, no pasaba de ser una alteración del sueño relativamente normal. Tres culebras amarillas. Esas eran las protagonistas de su pesadilla. Las veía tan nítidamente sobre el patio delantero de su casa. Una enroscada al fresno. Otra, entre dicho árbol y la puerta. La última, acomodada dentro de uno de los planteros pegados a la puerta de acceso a la vivienda familiar.

Tras los primeros episodios, el hombre no dio mucho crédito ni a supersticiones baratas ni a nada en particular. Sabía que había soñado lo mismo, todos los días aquella semana. Pero al despertar, pronto se olvidaba del asunto y el día pasaba como si nada.

Posteriormente, comenzó a pensar en su sueño, antes de dormir. Y al poco tiempo, las imágenes de las tres culebras amarillas, lo acompañaba o mejor dicho, perseguía durante toda la jornada. En una oportunidad, se levantó en plena madrugada para comprobar si en el jardín acaso lo esperaban aquellas bichas. Inmundas bichas.

Comenzaba a sentir tal repulsión en pensarlas, que las arcadas acudían a su boca. La frente alojaba un sudor fuera de serie, que corría por las sienes. Aquellos más cercanos que estaban al tanto, empezaban a preocuparse de verdad.

Le habían recomendado psicólogos, y parapsicólogos. Sergio se resistía ser tratado de loco a causa de meros sueños. En el fondo de su ser, sabía que no eran “meros sueños”. Sabía que le estaban robando la tranquilidad, junto con el alma. Buscaba en Internet sobre la probable interpretación de los sueños. En vano Carl Jung o Sigmund Freud desde sus tumbas, aclararan el conflicto que representaban las culebras.

No quería dormir. Permanecía a puro café para aguantar el sueño y dormir al alba, cuando la salida del sol le garantizara que espantaría los fantasmas. Tuvo que cambiar de turno en la fábrica, pidiendo trabajar de noche. De esa manera dejaría de presentar certificados médicos y podría llevar mejor su tema.

A medida que recuperó la calma, el sueño diurno comenzó a traicionarlo, presentando a sus conocidas serpientes. Sergio no sabía qué más hacer. Tomaba sedantes para poder dormir tranquilo. Se levantaba abombado, con una pereza descomunal. No, definitivamente ésa ya no era vida la que llevaba.

Entonces, en algún momento se le ocurrió agarrar un cuaderno y escribir. Esos cuadernitos tapa blanda que usan los chicos en la escuela. Lo guardó debajo de la almohada, esperanzado que si anotaba todo su sueño en detalle, resolvería el problema. Alguna pista, algo se escondía en el sueño.

Despertaba y a pesar de recordar el sueño, no sabía de qué manera comenzar a escribir el relato. Hizo un dibujo, parecía arte rupestre. Unas serpentinas con ojos y lenguas desparramadas por los renglones.

En próximas veces, se aflojaba obligándose a recordar. La primera de las culebras que pendía de la rama desnuda del fresno lo miraba con lástima. Parecía la más grande y vieja a la vez. Sergio pensó cual sentimiento a él le generaba. Descubrió que no era miedo precisamente. El miedo surgía de soñarlas siempre, a las tres juntas.

Al describir la segunda culebra, se concentró mucho para no perder detalle. Era de un amarillo más claro que las otras. Veía una piel lisa y fría. Curiosamente, sentía ganas de tocarla.

Cuando recordó a la última culebra, la piel se le erizó y se puso a llorar como un chico. No pudo escribir ni una palabra. La pensaba, la imaginaba, continuaba llorando pero nada más.

Minutos antes de dormir, tomó el cuaderno y admiró su creación. Exhaló un gran y profundo suspiro. Guardó el cuaderno en el cajón de la mesita de luz. Apagó el velador, que desde muchas noches atrás dejaba encendido. Se acostó tranquilo, entregándose a las sábanas y abrazando la almohada. Desde aquella noche, dejó de soñar con las tres culebras amarillas. Nadie nunca supo, que aquellas simbolizaban el tiempo pasado, presente y futuro, razón por la cual Sergio vivía con tanto miedo.

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