Encontrarte sola en un país desconocido, diferente idioma, diferentes costumbres, diferente clima, diferentes nacionalidades todas juntas en un mismo lugar.
Agradable sensación la de sentirse una extraña, dispuesta a superar retos y tabúes. Herencia de nuestra tierra, de nuestro hogar.
Salir a la calle sin miedos, sin expectativas, disfrutando el momento, sintiéndote como un niño ante lo nuevo, abriendo bien todos los sentidos para no perderte nada.
Los olores, las formas, los sonidos, los sabores, todo se mezcla haciéndote sentir vivo. Me gusta esta sensación de libertad.
No hay nada que te recuerde lo que eres o te gustaría haber sido. Estas vivo agradeciendo ese momento, ese paréntesis ante tanto frenesí.
Vivimos muy rápido, demasiado rápido para poder aceptar y asumir todo lo que pasa a nuestro alrededor, todo lo que nos sucede en nuestro interior.
Responsable ante tal soledad aprendes a disfrutar, madurar y cuidar cada detalle, cada gesto, cada palabra, cada acción, cada paso que das.
Y llega el momento en el que dar ya no te pesa, te sientes pleno de felicidad.
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