Pensé en tirarlo por la ventana, en un arranque de sicosis creativa. El pinche caracol, mirándome desde su cómoda figura de obelisco. Alguna vez fue el refugio de un ser viviente, pero ahora solo existe para ser crítico de mi desastrosa poesía hipster. Se que detesta mis trabajos progresistas y que finge desinterés cuando me atrevo a crear poemas de protesta, o reprocha mi honestidad al pintar murales con frases a favor de las víctimas de los feminicidios. Además no sé quién lo trajo, apareció una tarde sobre la mesa de la sala, junto a las flores del mal, y desde su primera noche fue despiadado. Se burló de mis decasílabos, de todos los alejandrinos, de uno que otro haiku -que intento dar sentido-, de mis versos yámbicos y mixtos, y ni siquiera se molestó en escuchar aquellos rimados que según él, son tan «old fashion».

Ese caracol y su laberinto, me sigue a todas partes, no estoy tranquilo cuando voy a starbucks o a realizar mis viajes en bicicleta. Aparece entre mis discos de vinil, se indigna con los lemas de mis camisetas y su sentimiento anti yankee, le parecen tontos mis chistes sofisticados y a menudo interviene en mis relaciones amorosas . Creo que solo vive para atormentarme, pero no se va. Quiere quebrar mi espíritu mientras se adjunta a mi ADN como un parásito. O tal vez el parásito sea yo, pero eso es porque me lleva ventaja, me ridiculiza por mi vista frágil, tan limitada a tres conos y fotones, y él tiene distintas frecuencias, puede observar la materia oscura, otras dimensiones, millones de colores y formas. Dice que ni siquiera se molesta en explicarme porque soy un tonto poeta pretencioso que no distingue un párrafo bien escrito, y que la comida en mi nevera no tiene nada de orgánica.

Maldito caracol, sigue viéndome mientras me emborracho con cerveza artesanal y pinto con grafitti algunas frases incoherentes. Tal vez haya perdido la razón, hay días que son confusos y las horas se distribuyen de manera aleatoria, así que nunca sé bien si es de mañana, solo cuando las tortugas hacen su ruido en el tapanco puedo distinguir la tarde. Las últimas horas la ha pasado triste, en las noticias hablan de calentamiento global, de masacres a niños y mujeres refugiados, de racismo y nuevos métodos de esclavitud, pero nada de eso parece importarle, porque es mi felicidad lo que le incómoda, y la odia.

Quiere que sienta culpa, que reprima mis instintos, que dude en el universo pero que tenga fe en él, busca ser venerado, con cantos ancestrales y promesas de flagelación

y diariamente me recuerda mi insoportable humanidad. El caracol, el pinche caracol.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS